A principios del siglo XX, y a pesar que Robert Koch ya había descubierto años antes (concretamente en 1882) su bacilo, la lucha contra la tuberculosis seguía obsesionando a la comunidad científica.
En esa época, las medidas de tratamiento de la enfermedad a disposición de los médicos eran todavía escasas.
La más popular era internar a los contagiados en las denominadas “casas de curación”: sanatorios situados en regiones y zonas con una climatología favorable para la curación de esta patología.
El objetivo de estos sanatorios era aislar a los pacientes, rompiendo la cadena de transmisión de la enfermedad, y ofrecer un ambiente de reposo, dieta, aire puro y sol.
En este contexto, en 1930 el conocido ingeniero Karl Arnstein, que llegó a diseñar más de 100 modelos de dirigibles, ideó este inmenso hospital volante para el tratamiento de enfermos con tuberculosis, desarrollando así en el aire la idea de las “casas de curación”.
Nave-hospital para enfermos de tuberculosis | Fuente | Creative Commons
La gran aeronave (un dirigible de 6,5 millones de pies cúbicos, es decir, 184.000 metros cúbicos), podría permanecer en vuelo durante semanas, navegando por encima de las nubes y permitiendo a los pacientes respirar aire puro y recibir los saludables rayos del sol que curarían su enfermedad.
La nave dispondría de todo lo que un hospital necesita: habitaciones, consultas, salas de esterilización, cocina, comedor, etc… hasta en su panza colgaba un avión que se liberaría para ir a buscar suministros cuando fuese necesario.
Una idea que hoy puede parecernos extraña, pero que era de lo mejor que se podía ingeniar para ayudar a combatir, en aquel momento y con los datos disponibles, esta temible enfermedad.
Y es que no fue hasta 1952, con el desarrollo de la isoniacida, que se consiguiera convertir la tuberculosis en una enfermedad curable en la mayoría de los casos.
Fuentes y más información: Ptak Science Books, Historia de la tuberculosis y en los enlaces del texto del artículo.