Todavía me cuesta llamar siglo pasado a nuestro siglo XX, aún así… lo intentaré y comenzaré la semana en los años 60 del siglo pasado.
En aquellos años, los sueños aún no venían empaquetados en finas láminas de plasma, los sueños se compartían los viernes por la noche, junto a la familia y una tortilla de papas, mirando la pantalla de un pesado aparato… los sueños en aquellos días eran en blanco y negro.
El 8 de enero de 1968, el sueño se hizo televisión y aparecía en antena un concurso… un número… y mucho, mucho dinero… Comenzaba la emisión de «Un millón para el mejor» y España abría los ojos embobada a una cantidad inimaginable para un Pérez cualquiera.
Tener un millón era ser millonario y, aquel uno seguido de seis ceros, significaba para el españolito medio el mayor número del mundo, el googol ibérico de la televisión.
Pero eso como va a ser… en esa maleta no hay un millón de pesetas, hombre… eso es imposible.
Aquel número significaba todo un sueño, el número de la felicidad, un himno a las vacaciones perpetuas en Benidorm, rodeado de suecas en bikini y estampas Landistas-Ozorianas.
Mientras los españoles soñaban con la maleta del millón de pesetas, otro soñador dejaba, flotando en el aire, un sueño bien distinto… otra clase de himno, una canción protesta que se convirtio en banda sonora de toda una generación… Robert Zimmerman, Bob Dylan, soltaba su particular bofetada al sistema, a los políticos, a la sociedad… una canción que sonaba también en blanco y negro, y que traía implícita una profecía…
Pero el tiempo pasó, e irremediable, nos trajo en su balsa hasta hoy… hasta aquí.
Los sueños siguen siendo los mismos, pero estamos en crisis y se ven más lejanos.
Se reunen los dirigentes, se reunen los cabecillas… quieren solucionar esa puñetera crisis… y vuelven a sorprender al ciudadano de a pie con otra gran cifra… 1 Billón.
El G20, un número demasiado pequeño, que habla de números grandes…
Un billón de dólares para arreglar el mundo… su mundo.
Un billón de dólares para volver a colocar la balanza donde estaba… donde quieren que esté.
Y entonces recuerdo a Meek, el artista del graffiti y su obra callejera… un indigente con un cartel:
» Keep your coins, I want Change»… Guardate tus monedas, yo quiero cambiar…
Un billón para arreglar el mundo… ¡Qué número más ridículo!… ¿Por qué un billón?… ¿Por qué no mil billones?… ¿Qué tal un trillón?… No, espera… ¡Un Cuatrillón de dólares!
Siguen sin ofrecernos un cambio, tan sólo aumentan el número de ceros a la derecha de ese uno.
Han pasado 40 años desde aquel millón en blanco y negro, y los sueños siguen siendo los mismos, aunque con más ceros…
Han pasado casi 50 desde su canción, Señor Zimmeman, y lo siento pero debo decírselo… Usted estaba equivocado… los tiempos no están cambiando, tan sólo nos engañan con números cada vez más grandes.
Siguen sin darnos un cambio, tan sólo nos arrojan monedas…
Pero todo esto, Señor Zimmerman… usted ya lo sabía, quizá por eso en 1996 le vendió los derechos de su canción protesta, el himno de una generación, a un gran Banco de Canadá para que pudiera hacer un anuncio en la tele…
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