Paseando por Internet me topé con esta foto de un puesto de avanzada en las trincheras de Gallipoli.
El soldado de la derecha utiliza un periscopio para observar los lejanos movimientos del enemigo, a la vez que el de la izquierda dispara su fusil, que se encuentra sobre una montura que le permite no levantar la cabeza por encima de la línea de fuego.
Los otros dos sentados, matando el tiempo, posiblemente pensando en casa e imaginándose estar en otros lugares….pero están preparados…..tres fusiles con las bayonetas caladas se apoyan contra la pared de la trinchera…..
El aburrimiento y la melancolía no eran, ni mucho menos, lo peor de la vida en las trincheras. La guerra de trincheras fue una constante prueba de resistencia humana las veinticuatro horas del día. La mayoría de las personas de hoy en día no habríamos sobrevivido un solo día en las trincheras, por no hablar de años, como estos jóvenes, que al final debían aceptarlo como algo cotidiano.
La Gran Guerra se caracterizó por la falta de movimiento en los frentes. Claro ejemplo de este estancamiento fueron las guerras de trincheras desde otoño de 1914 hasta la primavera de 1918.
Durante el día eran sometidos a los disparos de los francotiradores y de la artillería, estos últimos destinados a eliminar la guarnición de la primera línea de trinchera y a destruir el alambre de espino. En consecuencia, las trincheras eran más activas durante la noche, cuando la oscuridad permitía el movimiento de tropas y suministros, el mantenimiento de los alambres de púas y reconocimiento de las defensas del enemigo.
Centinelas en los puestos de escucha en la “tierra de nadie” (la zona que estaba entre las trincheras de ambos bandos) tratarían de detectar las patrullas enemigas, y se llevaban a cabo incursiones con la finalidad de capturar prisioneros y documentos que proporcionarían información sobre las trincheras enemigas.
La vida en las trincheras era agotadora en muchos aspectos, no sólo en lo físico, sino también en lo moral. Era aburrida y se tenía miedo a la muerte. Cada día morían compañeros; los soldados estaban cara a cara con la muerte.
No solo estaban expuestos a los bombardeos y disparos del enemigo sino también a la inhalación de gases tóxicos y corrosivos.
A veces los cadáveres se descomponían frente a las trincheras. La falta de sueño y el cansancio desmoralizaban a las tropas.
Los soldados se sentían deprimidos, agotados, apenas con ánimos para vivir y seguir luchando.
Muchos cayeron en desordenes mentales, especialmente durante los últimos años de la guerra.
Se ha estimado que hasta un tercio de bajas aliadas en el frente se produjeron en las trincheras.
Y es que, aparte de las producidas en combate, las enfermedades también fueron una pesada carga.
Vivir mal alimentados, casi siempre mojados y embarrados, enterrados en lugares reducidos y en una tierra tan fría y húmeda como el Norte de Francia y el Sur de Bélgica causó muchos millares de bajas debido a la gripe, pulmonía, tuberculosis, disentería y a todo tipo de enfermedades contagiosas propagadas por piojos, pulgas, ladillas y ratas.
Había millones de ratas, algunas incluso del tamaño de un gato. Tenían que quitárselas de la cara y de las manos mientras dormían. Los soldados trataban de eliminarlas a disparos y con sus bayonetas, incluso hubo quienes, con la ayuda de perros, se especializaron en desratizar las trincheras.
Sin embargo era inútil. Las ratas, bien alimentadas de tanto cadáver, proliferaron a su gusto (una sola pareja de ratas puede producir hasta 900 descendientes en un año). Ellas produjeron también la infección y contaminación de los alimentos.
A veces, una simple lluvia podía dar lugar a todo un mar de lodo. Las trincheras se llenaban de barro. Si los soldados pasaban demasiado tiempo en una zanja llena de agua y la situación se complicaba con el frío, con inviernos extremadamente duros (a veces llegaban a -20ºC) el resultado eran los llamados “pies de trinchera”, el primer paso para la posterior gangrena. Hacia finales de 1915, y para tratar de combatir el pie de trinchera, los soldados británicos en estaban equipados con tres pares de calcetines y tenían órdenes de cambiárselos al menos dos veces al día.
Cada día, cientos de proyectiles de artillería caían en las trincheras.
Un soldado podía pasar largos periodos destinado en primera línea de fuego.
Otros muchos, sin embargo, morían en su primer día en las trincheras como consecuencia de los disparos de un francotirador.
A continuación os dejo con más fotos interesantes de las trincheras de la Primera Guerra Mundial.
—————————————–
Post Realizado por Guillermo.
—————————————–