Médicos experimentando en su propio cuerpo: Dos casos históricos

Por Guillermo, el 17 octubre, 2008. Categoría(s): ciencia • guillermo • historia • medicina

A lo largo de la Historia nos encontramos con numerosos casos de investigadores, médicos y científicos que han arriesgado su propia vida experimentando con su propio cuerpo, en pos de demostrar una teoría que, en el caso de la medicina, de ser cierta, podría salvar muchas vidas.

Es el caso por ejemplo de nuestro irreductible
Ignaz Semmelweis (1818-1865), que llegó a cortarse con un bisturí en el dedo y dejarse infectar para demostrar que su tesis acerca de la necesidad de adoptar medidas higiénicas en las intervenciones quirúrgicas era cierta.

Otras veces tanto sacrificio no sirvió más que para constatar la inviabilidad de determinadas hipótesis.

¿Auténticos héroes? ¿o locos obsesionados en demostrar una teoría?

En cualquiera de los casos creo que valor no les faltaba y que, en la mayoría de ellos, el fin perseguido no era otro que el beneficio de la humanidad.

Hoy traigo el breve relato de dos de esos ejemplos extremos de experimentación con su propio cuerpo:

Stubbins Ffirth (1784-1820), un médico en prácticas en la Universidad de Pennsylvania, se propuso demostrar que la enfermedad de la fiebre amarilla no era contagiosa.

Para ello decidió realizar experimentos en su propio cuerpo, poniéndolo en contacto directo con los líquidos corporales de los infectados.

Comenzó haciéndose incisiones en los brazos y derramando sobre ellas el vómito (vómito negro) típico de esta enfermedad.

Pasaba el tiempo y Ffirth no se contagiaba, por lo que decidió beber ese mismo vómito.

Al final consiguió evitar contraer la enfermedad, lo que consideró una prueba de su hipótesis.

Pero nada más lejos de la realidad: más tarde se demostró que las muestras que Ffirth había utilizado para sus experimentos provenían de la fase tardía de la enfermedad, cuando ya no es contagiosa.

En 1929, el alumno alemán de cirugía Werner Forssmann (1904–1979) quería saber y aprender todo sobre el corazón. Pero los libros y los experimentos con animales muertos no eran suficientes.

Sin ningún tipo de supervisión ni asesoramiento, convenció a una enfermera para que le ayudara a realizar una incisión en una vena de su brazo e introducir un catéter urinario dentro de la aurícula derecha de su propio corazón.

Cuando el catéter penetró 35 cm. se interrumpió el experimento porque la ayudante lo consideró peligroso.

Unos días después se sentó en la mesa de cirugía, tomó un analgésico, y él mismo se introdujo la sonda con éxito.

A continuación caminó con el tubo conectado a su propio corazón hasta la sala de Rayos X, donde le fue tomada una radiografía.

Fue la primera cateterización de un corazón humano.

A pesar de que fue despedido del hospital por este hecho, Forssmann recibió el Premio Nobel de Medicina en 1956 por sus posteriores estudios en cardiología.

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Artículo realizado por Guillermo

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Por Guillermo, publicado el 17 octubre, 2008
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