Al comienzo de la Primera Guerra Mundial no existían medidas efectivas para contrarrestar la amenaza de los submarinos, sobre todo de los U-Boat alemanes, algo mejor dotados que sus adversarios.
Normalmente, la introducción de una nueva arma conduce rápidamente al desarrollo de contramedidas, pero hasta que se idearon las primeras cargas antisubmarinas de profundidad, a los defensores no les quedaba otra opción que utilizar algunos extraños “remedios” para luchar contra estas naves, aparte de los cañonazos, claro está.
Una de las principales razones de la falta de este armamento antisubmarino era que no existía en aquel momento ningún dispositivo para su detección, ya sea por encima o por debajo del agua, excepto el ojo humano.
Por su parte, en esta fase de la guerra los submarinos eran “ciegos” y “sordos” cuando estaban en inmersión, al no existir sensores adecuados. Este hecho fue decisivo en la determinación de la forma en que estos primeros submarinos operaban, puesto que les obligaba en muchas ocasiones a utilizar el periscopio o a navegar en superficie para poder orientarse correctamente.
Y precisamente por estas razones, una de las medidas que se adoptaron para contrarrestar la amenaza de los submarinos tenía por objeto dañar o destruir sus periscopios.
La alocada solución – ideada por los británicos – consistía en patrullar de noche con lanchas por los alrededores de zonas amenazadas por los submarinos alemanes, como consta que ocurrió en el Estrecho de los Dardanelos a principios de 1915.
Según el relato del guardiamarina Stanley M. Woodward, destinado en Kephalos Bay, las lanchas estaban dotadas de su armamento habitual: cañones de pequeño calibre y ametralladoras, pero allí también las equiparon con una curiosa arma antisubmarina: grandes martillos de hierro.
Una vez que los vigías de las lanchas avistaban un periscopio se acercaban sigilosamente y le golpeaban con sus martillos hasta inutilizarlo, produciendo el cegamiento y desorientación de su capitán, obligando a la nave en muchos casos a salir a la superficie.
Aunque no lo parezca, el método era sorprendentemente eficaz: se estima que alrededor de 16 submarinos fueron martilleados durante estos primeros meses de la guerra.
Esta historia, su ilustración, y otras muchas breves y sorprendentes historias de las dos guerras mundiales, podéis encontrarlas en libro recientemente publicado: “¡Fuego a discreción!: Historias sorprendentes de la Primera y Segunda Guerra Mundial” (Editorial Anaya, Oberón), pergeñado y escrito por Javier Sanz y por mí 🙂