Ayer, leyendo Recuerdos de mi vida de Ramón y Cajal me encontré con una de las anécdotas históricas más actuales que he leído en los últimos meses. A pesar de que hace ya unos años dediqué bastante tiempo a preparar el podcast dedicado a la vida de Don Santiago, resulta que se me pasaron algunas de sus experiencias más curiosas como ésta que podéis leer en su biografía.
En el capítulo IV, el eminente neurocientífico recuerda tres pasajes que le marcaron notablemente en su infancia: Los festejos destinados a celebrar nuestras victorias de África, el eclipse de sol del año 60 y, la que viene al caso en este post, la caída de un rayo en la escuela de Valpalmas, el pueblo donde estudiaba por aquel entonces.
[…]»El rayo caído en la escuela, con circunstancias y efectos singularmente dramáticos, dejó también ancha estela en mi memoria. Por primera vez apareciose ante mí, con toda su imponente majestad, esa fuerza ciega e incontrastable imperante en el Cosmos, fuerza indiferente a la sensibilidad y que parece no distinguir entre inocentes y malvados«.
Una gran tormenta atemorizó a los habitantes de aquella pequeña localidad aragonesa, afectando a la escuela donde cursaba estudios Cajal y a otros edificios, como la Iglesia…
[…] Una voz salida de entre el gentío nos llamó la atención acerca de cierta figura extraña, negruzca, colgante en el pretil del campanario. En efecto, allí, bajo la campana, envuelto en denso humo, la cabeza suspendida por fuera del muro, yacía exánime el pobre sacerdote, que creyó poder conjurar la formidable borrasca con el imprudente doblar de la campana.
Algunos hombres subieron a socorrerle y halláronle las ropas ardiendo y una terrible herida en el cuello, de que murió pocos días después. El rayo había pasado por él, mutilándole horriblemente«.
Ahuyentar rayos subiéndose a la torre de la Iglesia para tocar una enorme campana de hierro bronce… Ese es el conocimiento de la Naturaleza que tenían los sacerdotes de la época y no vayan a creer que la cosa ha cambiado mucho en estos últimos años.
Simplemente me preguntaba qué hace competente a las supersticiones, creencias e irracionalidades de la religión para ordenar y mandar sobre cuestiones naturales. ¿Qué conocimiento del mundo real tiene esta gente que les capacita para opinar como autoridades en temas de biología o medicina?
La ley Gallardón no es más que el reflejo de las creencias absurdas, aceptadas por unos políticos ineptos e irresponsables, de una comunidad episcopal que sigue sacando santos para que se acabe la sequía o tocando campanas de hierro para conjurar las tormentas eléctricas…
Y traigo a colación a Ramón y Cajal porque a pesar de ser un declarado creyente supo mantener sus creencias católicas muy alejadas de los asuntos relativos a la biología que estudió.
«Somos aún demasiado supersticiosos. Miles de años de fe ciega y sobrenatural, parecen haber creado en el cerebro algo así como un ganglio religioso. Desaparecido casi enteramente en algunas personas y caído en atrofia en otras, persiste pujante en las más. […] Estamos dormidos, hipnotizados con la felicidad eterna, mientras más avisadas, las razas del norte, por si tras la muerte no hay nada, hace tres siglos que no piensan sino en explotar científica e industrialmente este planeta, con ideas e industrias originales a todos los pueblos”.