Corrían los alegres finales del siglo XIX cuando a un puñado de avispados mecenas italianos se les ocurrió la idea de construir un funicular con el que subir cómodamente al Monte Vesubio. Un proyecto que comenzó en 1878 y se terminó en el eficaz lapso de tiempo de un año y medio.
La inauguración se produjo la soleada tarde del 06 junio de 1880, exactamente a las 17:00. Y fue bastante bien, los primeros días el innovador y moderno transporte se convertía en el primero en permitir a los usuarios subir a la cima del volcán y disfrutar de las hermosas vistas.
Sin embargo pasaron las semanas y el deslumbrante éxito se fue moderando y algunos entusiastas del funicular retomaron la sana (y romántica) costumbre de subir al Vesubio caminando y disfrutando del paseo sin tantas modernuras…
Es aquí cuando entra en escena el compositor Luis Denza al que, junto con el periodista Peppino Turco, les llega el encargo de crear una especie de canción-anuncio para recuperar la rápida popularidad perdida del funicular.
Denza compone una de las tonadillas más pegadizas de la historia y a ella le acopla los versos de Turco en los que un enamorado invita a su amada a subir a bordo del funicular, disfrutar el paseo hacia el Vesubio y una vez en la cumbre pedir su mano en matrimonio.
La canción del funicular se estrenó en el Hotel Quisisana de la napolitana ciudad de Castellammare di Stabia con sonoros aplausos y dejando a todo el mundo enganchado a ella, porque, como a buen seguro habréis podido comprobar al escuchar el video que inicia esta entrada, la canción se adhiere al cerebro como pegamento.
A los pocos días apenas había nadie que no la fuera tarareando por toda la región, convirtiéndose en la banda sonora musical de los napolitanos que la silbaban, canturreaban y recitaban por cualquier rincón de Nápoles.
Y así pasaron los años, concretamente 6 años, momento en el que el compositor alemán Richard Strauss decidió realizar un viaje por tierras contando, jovenzuelo él, tan solo 22 años de edad. Y como no podía ser de otra forma, la pegadiza tonadilla del funiculi, funicula, se le quedó grabada a fuego al romántico autor de la entradilla más famosa de Kubrik que, al preguntar a los paisanos que por allí la iban cantando, le contestaron que aquella canción era típica del lugar y que todo el mundo la conocía de toda la vida…
El bueno de Strauss, creyéndola parte del folklore arraigado de la cultura napolitana y pensando que era patrimonio público, decidió asimilarla en uno de los pasajes de su sinfonía «Aus Italien»… craso error, amigo Richard.
Y tampoco debemos culpar al joven Strauss, puesto que como ya veremos más adelante tampoco fue el único… lo que sí es cierto es que aquella canción del funicular ya era casi un himno y popularmente, nadie sabía a ciencia cierta a quién pertenecía o quién la había compuesto. Strauss preguntó por los pueblos, y llegó a la conclusión de que era una de esas canciones populares de toda la vida.
Pero claro, a Denza esa popularidad no le dejaba mucho rédito. Por aquellos tiempos, que una canción fuera popular y la cantara el pueblo no llenaba los bolsillos del autor, así que cuando Denza se enteró de que un compositor alemán la había incluído en una de sus obras, el bueno de Luigi vio el cielo abierto.
Demandó a Strauss y ganó el juicio. Desde entonces cada vez que se interpretaba la sinfonía Aus Italien, el alemán debía pagar un porcentaje de la recaudación de la representación al italiano. Y así lo hizo… Richard Strauss estuvo pagando religiosamente aquel canon a Denza y a los herederos de éste, durante años (Strauss murió en 1949 mientras que el italiano había fallecido en 1922, al que siguieron sus legítimos herederos).
Pero como decía, Strauss no fue el único que cayó en el error de pensar que la célebre tonadilla de Denza era una canción popular napolitana. Lo mismo le volvió a suceder al ya no tan joven compositor ruso Nicolai Rimski-Korsakov que, viendo el éxito que su colega Tchaikovski había obtenido con sus aires italianos con la tarantela Papà non vuole, Mamma ne meno (que en esta ocasión sí pertenecían al dominio público) se decidió a incluir nuevamente la canción de Denza en su obra titulada «Canción Napolitana opus 63», pensando que pertenecía al folklore popular.
Y hete aquí que Denza ya se había hecho un experto cazador en estas lides a la par que aparecía otro compositor que usaba su canción… otro para el bote 🙂
Denza y sus herederos, durante los 70 años siguientes a la muerte del compositor, continuaron recibiendo sus porcentajes en forma de derechos de autor de otros muchos músicos (al carro de Strauss y Korsakov hay que añadir también a Arnold Schoenberg, aunque éste último a sabiendas de que la canción no era de dominio público).
Hoy, escuchando el gran programa de Martín Llade «Todas las mañanas del mundo» en Radio Clásica, han recordado esta anécdota y al instante me ha venido a la memoria el desbarajuste que estos plazos irreales pueden dar lugar, como en el caso de los derechos de autor del Bolero de Ravel.