Acabo de leer una noticia vía menéame, en la que se anuncia que el Ministro de Interior de Francia, Monsieur François Fillon quiere prohibir el uso de capuchas durante las manifestaciones… A mi mente ha llegado como un rayo la imagen del señor que podéis ver encima de estas palabras… el cándido de Leopoldo de Gregorio, Marques de Esquilache para más señas.
La modernidad en la que nos encontramos plácidamente instalados nos ha traído muchos avances y derechos… la mayoría, ganados a base de manifestaciones con algún encapuchado… Otros, ganados directamente a palos…
Y hoy tenemos una enorme cantidad de derechos, muchos enfrentandos y de vez en cuando incluso, contradictorios…
Derecho a la intimidad, derecho a la privacidad personal…
Derecho al orden público, derecho a la libre información…
No es mi intención hacer aquí una recopilación de libertades, ni tampoco una ordenación exhaustiva de su importancia, para eso hay instancias más altas que yo, con mejor preparación y mejores sueldos…
Sin embargo, me gustaría recordar la Historia… Esa Historia, por la que muchos de vosotros os pasáis de vez en cuando por la Aldea Irreductible, la Historia menos conocida… seguramente, la Historia más olvidada que, con el paso de los años y por esa desmemoria, termina convirtiéndose en la más repetida.
Nos situamos en la mitad del siglo XVIII. En un caluroso agosto de 1759, llegaba al trono el cuarto de los Borbones que, si bien no tuvo un buen comienzo, terminaría siendo considerado como el «mejor Alcalde de Madrid»… Me refiero al discreto Carlos III.
Discreto… sí… Porque, al contrario que la mayoría de los Austrias, Carlos III sí se interesó por los asuntos reales, aunque al parecer heredó de ellos esa tendencia a ir dejando asuntos en manos de otros. No se les puede considerar validos, pero si es cierto que dejó muchas cuestiones y decisiones en poderes ajenos.
Una de estas manos ajenas, vino de Italia… esa Italia tan presente en la vida de Carlos III, influencia de una madre respondona e independiente como fue Isabel de Farnesio.
El personaje en cuestión atendía al pomposo título de Marqués de Esquilache y aunque en un principio se iba a encargar de la Hacienda, con el tiempo fue ampliando su campo de actuación a cuestiones religiosas y hasta militares.
En cuestión de seguridad, aunque los Austrias ya habían quedado lejos, lo cierto es que su Madrid, el que ahora llamamos Madrid de los Austrias, aún quedaba vivito y coleando. El Madrid de los espadachines, de los Alatristes y del duelo al amanecer.
Y llegó la polémica… en 1766, al bueno de Esquilache se le ocurrió la brillante idea que ahora ronda por la cabeza del afrancesado François Fillon. La peligrosidad de las calles madrileñas se acabaría con un pequeño cambio de moda.
Y aquí, en el célebre óleo de José Martí, tenemos a nuestro protagonista en plena ejecución de su edicto… Erradicando de Madrid el uso de la tradicional capa larga y el sombrero de ala ancha, porque argumentaba que los embozados, se daban anónimamente al vicio y la delincuencia…
Además de no estar a la moda italiana… que era la moda guay del momento, el italiano decía que bajo esas capas, los madrileños podían ocultar armas, espadas, granadas, obuses y Kalasnikov de todo calibre. A cambio, el bueno de Esquilache, impulsaba la capa corta y el tricornio, que eran más italianos y menos provocadores a la delincuencia…
Al madrileño de a pie, la medida le sentó como una patada en el culo, y aprovechando la ocasión se levantó contra el italiano, una semana santa del año 1766… Esquilache, tuvo que salir por piernas y finalmente, Carlos III ante una revuelta popular que estaba alcanzando cotas insospechadas, destituyó al italiano que volvió por donde había venido.
No me gustaría olvidar que, aunque aquella medida contra los anónimos embozos, las capuchas y el sombrero fue el detonante, la Historia no siempre es de un color y bajo aquella revuelta se esconden (como siempre) motivos más importantes… El despotismo ilustrado estaba dejando en aquella época al pueblo con cara de tonto y pasando más hambre que el perro de un afilador… y conste aquí que no fue Esquilache un mal Secretario… dió luz y limpieza a las calles de Madrid y nos dejó como recuerdo la Lotería…
Aún así, hay cosas que no se deberían olvidar… Ya en el siglo XVIII a la gente no le gustaba que la controlaran, que le quitaran sus libertades y sus derechos, aunque fuera para salvaguardar otros… Nunca ha funcionado eso de recortar de un lado para tapar en otro…
Recordemos que las mayores atrocidades de la Historia de la Humanidad, las han llevado a cabo tipos bien conocidos y a cara descubierta.