En tiempos de emperador Conrado III, el Sacro Imperio Romano Germánico estaba desgarrado por las luchas entre guelfos y gibelinos.
En 1140, el emperador puso sitio a la pequeña ciudad de Weinsberg y, furioso por la obstinada resistencia de ésta, juró destruirla en cuanto la tomara.
Finalmente los sitiados prometieron rendirse si eran tratados con benevolencia.
Conrado III accedió a respetar la vida de las mujeres de la ciudad, permitiendo a éstas marcharse con todo lo que pudieran llevar consigo…
Cuando al día siguiente se abrieron las puertas de la muralla, las mujeres salieron en largo cortejo, pero dejaron atónito al emperador, pues no iban cargadas con sus posesiones, como él esperaba…
Cada mujer llevaba en su espalda el peso de su marido, hijo o padre, tratando así de salvarles de la venganza de Conrado, que pretendía ejecutar a todos los hombres de la ciudad.
El emperador quedó tan sorprendido por tanta nobleza que perdonó la vida a todos los habitantes de Weinsberg.
Fuentes: New York Times de 20/09/1887 | Wikipedia
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