Ultimamente se han vuelto a poner de moda los náufragos, seguramente gracias primero a la película de Tom Hanks y actualmente a la Serie Lost.
Lo cierto es que cuando pensamos en Náufragos, nuestra mente vuela a las páginas de la novela de Daniel Dafoe y nos aparece un nombre… Robinsón Crusoe.
Algo injusto, puesto que Robinsón no existió… Alexander Selkirk, sí.
En mayo de 1703 salía de Inglaterra el galeón Cinque Ports, con sesenta y tres hombres a bordo, ávidos de descubrir nuevas costas y aventuras.
Entre ellos se encontraba un huraño escocés, Alexander Silkirk, un tipo peculiar y hosco que no caía especialmente bien a la tripulación.
El motivo de su desembarco en una isla desierta a trescientos kilómetros de Chile es confuso.
La Wikipedia afirma que fue él mismo quien pidió desembarcar, dudando de la calidad del barco…
Me parece cuanto menos, extraño.
Yo pongo en tela de juicio esta versión de la Wikipedia, y aporto otra explicación a su extraño desembarco, encontrada en el libro Grandes Biografías de la Editorial Océano, y corroborada en alguna que otra página web más, en la que nos encontraríamos que el impopular Selkirk, en medio del Pacífico, tuvo una monumental trifulca con la marinería que, harta de sus impertinencias y peleas, decidió abandonarlo en una de las muchas islas desiertas del archipiélago de Juan Fernandez.
Voluntario o castigado, el hecho es que Alexander Silkirk terminó cómo náufrago en medio del inmenso Pacífico, con la única compañia de un fusil, municiones y unas pocas herramientas.
Alexander contaba por aquel entonces con 30 años y como buen marino escocés era fornido y estaba acostumbrado al trabajo en las peores condiciones… Sin embargo, aquella aventura iba a resultarle mucho más dura de lo que había pensado.
Al igual que Tom Hanks en la película de Robert Zemeckis, lo que más le preocupaba a Alexander Selkirk era la incomunicación… Estuvo hablando sólo durante meses, rezando por no perder la razón… hasta que el silencio y el lento pasar de los dias se apoderaron de él y de su isla.
El 02 de Febrero de 1709, casi cinco años después, el capitán británico Woodes Rogers y su barco «Duke» anclaron por casualidad en aquella isla. Por aquel entonces, Alexander ya había perdido el habla y se negaba a volver a la civilización. A duras penas lograron convencerle y cuando pudo volver a hablar, les contó una larga historia de soledad y tristeza.
En 1719, diez años después de su regreso a la civilización, Selkirk se hizo un personaje bastante popular contándo sus aventuras de pueblo en pueblo. La leyenda de Selkirk llegó a oídos de un periodista y comerciante llamado Daniel Dafoe, un autor de sátiras políticas, folletos, ensayos y artículos, se dejó inspirar por las narraciones de Alexander y escribió su novela «Robinson Crusoe».
Pero aquella vida de espectáculo de feria no iba con el carácter del irreductible Alexander Selkirk, que volvió a embarcarse en 1717… volvió al mar que años atrás le había aislado.
En 1721 aquel rudo escocés moría en el mar, a bordo del barco de la Armada «Weymouth» y sus restos descansan en algún lugar en el fondo de las aguas cercanas a Africa… Murió sin leer la novela de Dafoe.
La Historia ha sido sin embargo, demasiado olvidadiza con el real Alexander Selkirk y excesivamente benévola con el imaginario Robinson Crusoe…
En 1966, la isla en la que estuvo 5 años el escocés fue «rebautizada» como Isla Robinson Crusoe, mientras tanto, le dieron el nombre de «Isla Alexander Selkirk» a un alejado islote en el que jamás puso un pie nuestro verdadero náufrago…
Foto 1: Flickr Creative Commons
Foto 2: Wikipedia Creative Commons