TEXTOS PARA EL DOMINGO

Por Irreductible, el 12 octubre, 2008. Categoría(s): curiosidades de la historia • libros • viajes

… Colón, que se había convencido a sí mismo de que un viaje a través del océano Occidental le llevaría a las Indias, se dedicó ahora a persuadir a una audiencia más vasta.

Estaba muy interesado en que su destino fuera realmente las Indias. En el primer anuncio público de su trascendental viaje, Colón tuvo mucho cuidado de no mencionar ninguna catástrofe, grande o pequeña: la pérdida de la nave capitana, la Santa María, la desobediencia de Martín Alonso Pinzón, el comandante de la Pinta, o el espíritu rebelde de la tripulación. Siguiendo las normas para la seguridad nacional de su época, Colón no dio información sobre el trayecto seguido o la distancia exacta recorrida, con el fin de evitar que sus competidores siguieran sus pasos.

Colón, aun cuando aceptó que en realidad no había visto al gran kan o a la riquísima corte de Cipango, proporcionó sin embargo numerosos indicios para reforzar su creencia de que había estado en las inmediaciones de la costa de China.

El resplandeciente gran kan, confiaba el navegante, sin duda sería hallado un poco más lejos, en el curso del próximo viaje.

Pese a que Colón era un observador muy realista de los vientos y las olas, continuó siendo un esclavo de sus esperanzas en lo que concierne a la crucial cuestión del destino alcanzado. Estaba decidido a hallar en todas partes señales de que había llegado a las proximidades de Asia.

La botánica, ciencia más o menos inexplorada cuyas imágenes aún no habían sido divulgadas por la imprenta, era su feliz terreno de caza. Colón no tuvo ningún problema, desde el instante en que llegó a la costa norte de Cuba en su primer viaje, en encontrar la flora asiática. A un arbusto que olía como la canela le dio de inmediato este nombre, e hizo de él la revelación de incalculables tesoros en especias. El aromático gumbo limbo de las Indias Occidentales, insistió Colón, debía ser una variedad asiática del almacigo del Mediterráneo que producía resina. Tomó el nogal del país, que producía unas pequeñas nueces no comestibles, por el cocotero descrito por Marco Polo. El médico del barco examinó unas raíces que habían desenterrado los marineros y, atento a los deseos de Colón, declaró que pertenecían a la valiosa planta medicinal conocida como ruibarbo chino, un fuerte purgante. En realidad se trataba sólo de ruibarbo común, el que ahora utilizamos en pasteles y tartas, rheum rhaponticum y no el rheum officinale de los farmacéuticos. Pero tantos aromas falsos simulaban el verdadero olor de Oriente.

En la mente de Colón estos indicios afianzaron rápidamente la tesis con que había conseguido el apoyo para su «empresa de las Indias». La primera expedición al interior de Cuba fue un ejemplo típico de su manera de pensar y de sus técnicas exploratorias. El 28 de octubre de 1492 las carabelas de Colón entraron en la bahía Bariay, un hermoso puerto en la provincia de Oriente, en Cuba. Allí, los nativos de San Salvador, a quienes Colón llevaba cautivos como intérpretes, hablaron con los indios locales y le contaron al navegante que en Cubanacan (que significa ‘centro de Cuba’), a pocos kilómetros de la costa, había oro. Colón supuso de inmediato que ellos habían querido decir «el gran kan» de la China y envió una embajada al encuentro del potentado oriental.

Un erudito que hablaba el árabe y que había sido traído en previsión de misiones semejantes fue puesto al mando, acompañado por un marinero de primera que años antes había encontrado a un rey africano en Guinea y por consiguiente se suponía que sabía tratar a la realeza de tierras exóticas. Los enviados llevaron con ellos todos los accesorios de la diplomacia —sus pasaportes latinos, una carta de credenciales de sus majestades católicas dirigida a su majestad china, y un precioso regalo para el kan— junto con cuentas de cristal y baratijas para comprar comida en el camino. Guiados por visiones de Cambaluc, que Marco Polo había mencionado como la capital mongola de China donde tenía su espléndida corte el kan, los embajadores se internaron en el valle del río Cocayuguin, pero sólo hallaron unas cincuenta chozas con techos de hojas de palma. El cacique local los agasajó como a mensajeros del cielo y los lugareños les besaban los pies. Pero no obtuvieron la menor información sobre el gran kan.

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Extraido del libro «Los Descubridores» de Daniel Boorstin

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Por Irreductible, publicado el 12 octubre, 2008
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