El mayor diamante jamás encontrado fue descubierto en una mina de Sudáfrica en 1905. Se le llamó “Diamante Cullinan” y pesaba 3.106 quilates (alrededor de 620 gramos).
El diamante fue comprado por el gobierno de la colonia inglesa de Transvaal con la idea de regalarlo al monarca británico, Eduardo VII, como «símbolo de la lealtad y el compromiso del pueblo de Transvaal a su trono y a su persona«.
Parece ser que Eduardo VII no se lo pensó mucho y aceptó el generoso regalo… tal vez después de conocer que el diamante había sido comprado por 150.000 libras esterlinas y asegurado por diez veces esa cantidad.
Pues bien, el problema era ahora cómo hacer llegar hasta Inglaterra aquella piedra tan inmensamente valiosa, dejándola a salvo de posibles ladrones y piratas durante el largo trayecto desde Sudáfrica. Se trataba de un grave problema de seguridad, máxime cuando la policía británica contaba con informes que desvelaban potenciales planes de robo del codiciado diamante.
Rodeado de fuertes medidas de seguridad (detectives británicos llegados expresamente de Inglaterra) se decidió enviar el diamante, debidamente escoltado y vigilado, en un barco a vapor asignado para la misión.
El diamante finalmente llegó sano y salvo a Inglaterra, pero no por las grandes y pomposas medidas de seguridad que tan concienzudamente había preparado la policía británica…
Y es que el barco a vapor realmente transportaba una piedra señuelo, una falsificación. El verdadero diamante, el diamante más grande y valioso de la historia, fue enviado desde Sudáfrica… ¡por paquete postal! a la oficina de correos de Sandringham, en Norfolk, donde dos agentes de Scotland Yard lo recogieron y lo llevaron a Londres.
Fuentes y más información: En los enlaces del texto y en “The Book of Diamonds”