Y como podéis observar no es un rascacielos cualquiera porque, al menos mientras estuvo en pie, la estrambótica estructura que veis sobre estas líneas se convirtió en la construcción de madera más alta del mundo… La levantó Nikolai Sutyagin, un excéntrico «empresario» ruso, cuya historia es una de las más curiosas con las que me he topado últimamente.
Para conocer las peripecias de Sutyagin tenemos que trasladarnos al año 1992 cuando comenzó su construcción. Lo más gracioso de todo es que en un principio, nuestro protagonista tan solo tenía la intención de levantar dos plantas, como la mayoría de casas que pueblan la localidad de Arkhangelsk, en el noroeste de Rusia.
Eso sí, no quería hacer como todos sus vecinos, Nicolai se sentía importante, así que su idea era hacer una casa más grande que el resto para que así pudiera destacar. Visto el resultado final, uno no sabe bien como algo que se planeó con dos plantas terminó midiendo 44 metros de altura, 13 plantas en total y un gran cimborrio casi gótico en lo alto… pero si lo que quería era destacar, no hay duda que lo consiguió.
Nicolai Sutyagin llevaba ya cuatro espléndidos pisos de su casa cuando fue juzgado y condenado por delitos relacionados con la mafia rusa y el crimen organizado. Una vez en libertad quiso continuar con su idea de construirse una mansión digna de su status… pero había un problema: Ántes de entrar en prisión nuestro protagonista era millonario, pero ya no lo era. Durante aquellos años en chirona el estado se había llevado todo su dinero y sus oponentes se encargaron del resto, incluyendo sus cinco coches que terminaron lanzados al río Dvina. Ahora era libre pero no tenía ni un duro…
Pero tenía imaginación y en su tiempo había viajado por lugares como Japón o Noruega donde quedó impresionado por algunas de sus casas de madera… Así que se puso manos a la obra y durante los siguientes quince años se entregó en cuerpo y alma a su casa.
A aquellos primeros pisos, le siguieron otros tres más, pero a Nicolai no terminaba de convencerle cómo estaba quedando… Le parecía una especie de hongo, achatado y sin gracia, así que continuó elevando la estructura de madera hacia arriba con más niveles.
No tenía dinero para casi nada, pero su casa era lo primero… Se privó de casi todo, vivía con su esposa en los primeros niveles de la casa sin calefacción (algo que no quiero imaginarme cómo debe ser en esas latitudes rusas), y la casa seguía creciendo… Hasta que llegaron las autoridades.
En el pueblo no estaban contentos con aquel mamotreto de madera, a pesar de que Nicolai, orgulloso, invitaba frecuentemente a numerosos vecinos a que visitaran las estancias y plantas de la casa, atravesando la obra entre tablones descolgados y temblorosos. Las quejas llegaron donde tenían que llegar y lo siguiente que nuestro improvisado arquitecto supo fue que el Ayuntamiento había decidido que había que demoler aquel sinsentido de madera y clavos. La razón principal que dieron fue el elevado riesgo de incendio.
Dicen los vecinos que cuando llegaron los encargados de la demolición Nicolai estaba furioso. Se acercó al capataz y le gritó «»¡Pero vete a la mierda! No toque mi sueño de cristal con las manos sucias»… Evidentemente no funcionó. El destino de su «sueño de cristal» estaba ya escrito y terminaría en el suelo formando un amasijo de madera y polvo entre las miradas de los vecinos que se acercaron a presenciarlo.
Más información e imágenes: Peleándome con el google translator he conseguido bastante información e imágenes de este artículo en ruso. La noticia también aparecía hace un tiempo en el Telegraph y, como no, en la recopilación de curiosidades de Atlas Obscura.