La enorme y urgente necesidad de una asignatura sobre pensamiento crítico

Por Irreductible, el 3 septiembre, 2013. Categoría(s): ciencia • psicologia

pensador

En 2005 David W. Moore, investigador de la Universidad de Princeton, publicaba un estudio demoledor sobre las creencias irracionales de los estadounidenses. El título, «Tres de cada cuatro americanos creen en lo paranormal» (1) dejaba poco lugar a la esperanza y entre sus estremecedoras estadísticas se encontraba un 41% de personas que realmente creían en la percepción extrasensorial, un 37% que estaban convencidos de que las casas pueden quedar encantadas con espíritus de personas fallecidas o un 31% de estadounidenses que creen en la telepatía.

Además, las cifras tan solo venían a confirmar otro estudio realizado unos años antes, 2001, titulado «Americans’ Belief in Psychic and Paranormal Phenomena Is up Over Last Decade» (2) que mostraba porcentajes igualmente escalofriantes como el 54%, sí, más de la mitad de Estados Unidos, que cree en la curación de enfermedades mediante poderes mentales, el 33% que está convencido de que los extraterrestres nos han visitado en algún momento de nuestra Historia o el 32% que cree que la mente humana puede ver el pasado y predecir el futuro mediante la clarividencia.

Tras esta bofetada de realidad del mundo exterior a más de uno le entrarán ganas de soltar todos los bártulos, abandonar la divulgación, dejar de escribir sesudos e interminables artículos sobre escepticismo, y darse al dolce far niente mientras da un portazo al salir diciendo «ahí os quedáis, que esto es imposible»…

Afortunadamente, no sé si por cabezonería o por entusiasmo, uno decide continuar al pie del cañón y seguir adelante. Y de vez en cuando esta insistencia tiene recompensa, se abren las nubes y aparecen unos rayos de luz que iluminan algo el panorama… A esta aldea la alegría se la ha dado esta semana un artículo científico publicado por el equipo Labpsico, dirigido por Helena Matute, Catedrática de Psicología Experimental en la Universidad de Deusto, a la que agradezco personalmente el haber atendido soportado estoicamente casi una hora por teléfono a mis innumerables preguntas.

El artículo, «Implementation and Assessment of an Intervention to Debias Adolescents against Causal Illusions» (Implementación y verificación de una intervención en adolescentes para evitar sesgos causales) lo podéis encontrar completo y gratuito en PLoS ONE y representa un refrescante empujón para todos aquellos que pensamos que una buena educación es la mejor arma contra la ignorancia.

Hay algo que debemos saber respecto a los datos sobre el pensamiento mágico que comentaba en el primer párrafo: En el centro mismo de todas estas creencias irracionales se encuentra un sesgo cognitivo por el que nuestro cerebro percibe vínculos causales entre eventos que no están relacionados. Además de la patente falta de información, la cultura y otros elementos complementarios, estas creencias erróneas tienen su base en lo que los científicos llaman «ilusiones causales».

Decía Jorge Volpi en su obra Leer la mente que nuestra mente es máquina de predecir el futuro, y es cierto. El neurocientífico Xurxo Mariño lo demuestra fácilmente en sus conferencias lanzando pelotas al público para que las recojan al más puro estilo Lebron James. Nuestro cerebro, en apenas unos milisegundos, predice el vuelo de la pelota, la parábola que hace en el aire y finalmente realiza la captura con total exactitud… casi siempre.

Cada día, desde que nos levantamos hasta que nos acostamos, nuestra particular máquina de ver el futuro realiza millones y millones de predicciónes en base a las cuales pensamos, nos movemos, actuamos. Y es muy bueno haciéndo esas proyecciones, ha tenido millones de años de evolución para aprender a hacer estas operaciones. La prueba la tenemos en que podemos caminar sin caernos, sabemos lo que va a ocurrir si empujamos un objeto o cruzamos la calle calculando la velocidad del coche que viene en nuestra dirección.

¿Cómo lo hace? Y lo que es más importante, ¿Cómo lo hace tan rápido?

Pues… digamos que hace trampas. Toma atajos. Generaliza. Ha aprendido a detectar con gran rapidez relaciones causales en nuestro entorno que le ayudan a predecir eventos futuros y ajusta rápidamente nuestro comportamiento en consecuencia. Y bueno, tampoco hay que quejarse mucho porque la mayoría de las veces funciona.

Sin embargo, bajo determinadas circunstancias, nuestro veloz sistema cognitivo evolucionado para buscar patrones y relaciones causales a nuestro alrededor, también nos lleva por caminos equivocados haciendo que percibamos vínculos causales que realmente no existen.

Y ojo, porque nadie está a salvo de estos errores. Si nos convencemos erróneamente de que entre dos eventos existe una relación causal, A (tomar unas pastillas azucarada) y B (curarse de un resfriado), nuestra máquina de procesar nos hará creer en cosas como la homeopatía, entrando así a formar parte de las terribles cifras estadísticas del primer párrafo de este artículo.

Pero como digo, el artículo del equipo de Helena Matute nos regala una fascinante conclusión: Se pueden evitar estas ilusiones de causalidad con información, educación, divulgación… Podemos ayudar a nuestra máquina de futuro a hacer mejores y más confiables predicciones.

¿En qué consistió el experimento?

Los investigadores de Labpsico cogieron a 60 adolescentes con una edad promedio de 14 años y los dividieron al azar en dos grupos: El grupo experimental y el grupo de control.

La intervención se dividió en dos fases: 1) Ensayo 2) Medición

En la fase de ensayo se cogió al grupo experimental (el grupo de control se quedó jugando a videojuegos en una sala apartada) y se les presentó un producto tecnológico revolucionario. A los chavales se les dijo que estaban delante de un «nuevo material» desarrollado recientemente por un grupo de investigadores y que iban a hacer pruebas con él.

En realidad se trataba de un simple trozo de ferrita. Sin embargo, simulando las estrategias de venta pseudocientíficas, y con explicaciones muy técnicas, les hicieron creer que era un producto que, mediante electromagnetismo, activaba el sistema nervioso mejorando las capacidades cognitivas y las habilidades físicas.

Tras las grandilocuentes explicaciones de esa especie de «powerbalance» los chavales realizaron una serie de tareas con lápiz y papel, como por ejemplo resolver laberintos o tachar las consonantes en una matriz de números y letras… Mientras, los investigadores trataron de influir en las percepciones de los participantes diciéndoles que otras personas que habían utilizado ese producto se habían sentido muy bien y habían realizado mucho mejor los test…

Barras de ferrita

Tras el subidón, llegó el jarro de agua fría y los investigadores les desvelaron la verdad explicándoles que ese magnífico producto que les hacía más inteligentes y más fuertes era simplemente un trozo de ferrita sin ninguna influencia en sus habilidades…

Los adolescentes no habían sabido realizar controles para evitar esos sesgos de causalidad con la ferrita y los investigadores les dieron una rápida clase sobre correlación de eventos y causalidad.

Por ejemplo se les puso el caso de un abono para plantas que se ha probado con éxito en una granja en zona lluviosa. Si el crecimiento observado en esa granja se compara con una granja que no recibió el fertilizante pero que se encuentra en una zona seca, no vamos a ser capaces de determinar si el crecimiento superior de las plantas de la primera granja se debe realmente al abono o a la diferencia del clima.

Es así como nuestro sistema cognitivo se equivoca algunas veces, simplemente porque toma atajos rápidos estableciendo relaciones causales entre eventos que pueden ser independientes.

Tras las explicaciones sobre correlación y causalidad dadas por los investigadores se pidió a los adolescentes que juzgaran si el método de ensayo de la barra de ferrita había sido la adecuada. Evidentemente, ahora sí vieron claro que las condiciones de control con el maravilloso material habían hecho aguas por todos lados…

Así que llega la Fase 2: La medición.

Los adolescentes del grupo de control, que habían estado ausentes durante este tiempo, comienzan su participación en el estudio. En esta etapa los dos grupos, tanto el experimental como el de control, deben imaginar que son médicos y tienen que decidir cuando darle una medicación a un paciente.

Se les presentó un medicamento inventado (llamado Batatrim) que podría aliviar a los pacientes de una enfermedad (también inventada) llamada «síndrome de Lindsay»… Los chavales no saben si la medicina funciona y ese era su cometido: tenían que averiguar en qué grado el medicamente era eficaz, en una escala que iba de 0 (ineficaz) a 100 (totalmente eficaz)

En un ordenador los participantes decidían si le daban o no el Batatrim a una serie de pacientes y tras la decisión, aparecía en pantalla si el enfermo se había curado o no.

Evidentemente, la primera opción de cualquiera es darle a todos los enfermos la medicación, pero claro, de esta manera no vamos a saber realmente si el Batatrim cura o no cura. Si no incluimos métodos de control no tendremos forma de conocer qué grado de eficacia tiene ese medicamento.

Los resultados de esta fase de medición fueron notables. El grupo experimental (los chavales que habían sido engañados con la ferrita y posteriormente educados en correlación-causalidad) superaron significativamente al grupo de control, realizando juicios causales más ajustados a la realidad.

Tras el Batatrim, se realizó una nueva medición con otro medicamento ficticio (Dugetil) que nuevamente arrojó resultados favorables al grupo experimental.

Los participantes del grupo experimental fueron capaces de detectar la existencia de una relación causal cuando había buenas evidencias para ello y descartaron sesgos causales cuando no tuvieron evidencias suficientes.

Las conclusiones son fascinantes y alentadoras: Se pueden corregir sesgos cognitivos con una buena formación y educación… no todo está perdido!!.

El estudio de Labpsico es único en su campo y es importante porque representa el primer intento serio de poner en práctica y evaluar experimentalmente una intervención educativa para prevenir la formación de sesgos causales.

Reflexionemos un momentó qué es lo que ha ocurrido aquí…

Si aún no estáis muy cansados, permitidme contaros una anécdota con la que me topé en el lugar más insospechado del mundo: el programa de cocina de Jamie Oliver. Resulta que el cocinero británico se encontraba de gira por Estados Unidos para conocer las peculiaridades gastronómicas del país. En uno de los capítulos aparecía cocinando unas empanadas al estilo de una tribu india (creo recordar que eran navajos).

Jamie Oliver

El chef tomó hojaldre y se dispuso a darle forma a la empanada cuando fue interrumpido por uno de los aborígenes americanos: «No, no, no… no hagas la empanada redonda»

– ¿Por qué? -preguntó entre risas Jamie Oliver-

La respuesta me dejó boquiabierto frente a la pantalla del televisor.

– No hacemos las empanadas redondas porque hace mucho tiempo, mi abuela hizo una empanada redonda y aquel día granizó tan fuerte que perdimos muchas cosechas…

Nuestra actitud frente a la realidad se construye a base de crear vínculos causales entre acontecimientos. El mundo que tenemos ante los ojos es procesado por nuestra máquina encefálica que nos ofrece respuestas en forma de acciones y pensamientos, pero también en forma de supersticiones y creencias mágicas que son totalmente erróneas simplemente porque nuestra mente ve causalidades inexistentes.

Este paper en PLoS ONE no es un simple artículo científico sino que es una confirmación de que efectivamente se pueden disminuir nuestros sesgos cognitivos mediante la educación. Exactamente eso… la educación, la información y la divulgación ajustan los errores en la valoración de la realidad que hace nuestro cerebro. Nuestras opiniones y creencias ante nuestro entorno se vuelven más ajustadas y menos mágicas.

Los participantes del estudio eran jóvenes de 14 años, una edad en la que se empieza a tomar parte activa de la sociedad. Comienzan a tomar decisiones y a formarse opiniones sobre la realidad que les rodea y, seamos sinceros, ni ellos ni nosotros a su edad ni incluso la gran mayoría de la población actual, cuentan con las herramientas adecuadas para hacer frente a un análisis realista del mundo.

Mediante internet, la televisión, la radio, o mediante sus teléfonos móviles, sus redes sociales y sus wassup… Existe un universo entero de información a la que tienen que responder, una vasta realidad que tienen que procesar, relacionar y vincular para decidir, actuar o formarse una opinión sobre tantos y tantos temas.

Durante los últimos años siempre que me he encontrado con profesores, docentes e incluso con algún catedrático he dejado caer la idea que expreso en el título y que nos lleva a contemplar los favorables efectos que tendría la inclusión de una asignatura sobre pensamiento crítico. No me siento capacitado para llevar a cabo una campaña de tales dimensiones, sin embargo me he encontrado con que todas las opiniones sobre esta idea han sido siempre positivas. Vivimos inmersos en pleno debate docente sobre religión, educación para la ciudadanía, ética… y sin embargo son asignaturas que palidecen ante la utilidad de las herramientas que ofrecería una asignatura como la de pensamiento científico y escéptico.

Ver un telediario, diferenciar malas gráficas (esto mismo ha aparecido hoy en the functional art), saber cómo y por qué descartar las pseudociencias y las pseudoterapias, conocer cómo funcionan las estadísticas, disminuir sesgos cognitivos, evitar falacias argumentativas, conocer el método científico y sus innumerables formas de análisis crítico… en definitiva aprender con más profundidad los mecanismos neuronales que construyen nuestra percepción del mundo sería sin duda una columna capital en la formación de un chaval a esa edad.

En el propio estudio citan a Scott Lilienfeld (3) que lo expresaba de esta manera:

«El experimento psicológico más importante que podríamos hacer debe comenzar con la construcción de un programa educativo basado en la evidencia, en la supresión de prejuicios y sesgos cognitivos en los niños y adolescentes en todos los paíse

Por mi parte, espero que Helena Matute y su equipo continúen realizando este tipo de experimentos y sigan confirmando que una buena educación y formación ante los sesgos consiguen resultados palpables en la dificil tarea de analizar y procesar la realidad.

Referencias científicas:

(1) Moore DW (2005) Three in four Americans believe in paranormal. Princeton: Gallup News Service.

(2) Newport F, Strausberg M (2001) Americans’ belief in psychic and paranormal phenomena is up over last decade. Princeton: Gallup News Service

(3) Lilienfeld SO (2008) Can psychology save the world? British Psychological Society Research Digest. Available: http://bps-research-digest.blogspot.com/​2007/09/can-psychology-save-world.html. Accessed 2013 Jul 8.

Artículo del post: Barberia I, Blanco F, Cubillas CP, & Matute H (2013). Implementation and Assessment of an Intervention to Debias Adolescents against Causal Illusions. PloS one, 8 (8) PMID: 23967189