Empezaré directamente y sin mucho rodeo. Cada vez que oigo la frase «Representantes del mundo de la cultura» me entra el miedo. Cuando estas terribles palabras aparecen en algún medio de comunicación no hace falta que añadan más, la experiencia durante estos últimos años trae a mi cabeza todos y cada uno de los cuatro puntos que el DRAE recoge para la palabra fantoche.
Artistas de portada de papel couché, viejas glorias desesperadas por seguir viviendo a cuerpo de rey en memoria de la acomodada herencia de los ya pasados tiempos de gloria, vendedores de melodías de gasolinera deseosos de seguir haciendo caja al ritmo de su jurásico chimpúm-chimpúm, intérpretes de canción ligera, tan ligera que es humo, maquillajes y taconazos, gomina y desgastada brillantina, otrora modernísimos que hoy desprecian a quien durante tanto tiempo les dieran de comer y a los que ahora llaman bandidos por andar por ahí, robando con el método del butrón informático… cejas arriba, esto es un atraco.
Durante los últimos años, escuchar en la televisión o la radio que se han reunido «los representantes de la cultura» para manifestarse y pedir una ley contra las descargas ha sido tan habitual como los esfuerzos del Ministro de turno en arrimarse bien a ese ascua y prometer mano dura contra la piratería.
¿Representantes de la Cultura? Mirarlos y querer emigrar a un país nórdico, a ser posible sin tratados de extradición, es todo uno. No sé cómo hemos llegado a conceder a esta retahila de cantantes y actores descafeinados y sin chicha un título tan ostentoso como inmerecido. No lo sé.
Tampoco sé quién se lo ha otorgado… A mi no me miren, si alguien me preguntase por representantes de la Cultura de España mis pensamientos se irían hacia otras personas bien distintas.
Pensaría en arqueólogos de sonidos como Jordi Savall y su desaparecida e inseparable voz compañera Montserrat Figueras, alquimistas del futuro como Juan Ignacio Cirac, investigadoras de nuevas esperanzas como María Blasco, asombrosos escultores de vidas como Pedro Cavadas, geniales cazadores de luz como Antonio López, y otros tantos y tantos y tantos.
Pero no… ellos no son representantes de la Cultura y además les verán poco por la tele.
No importa. De todos modos, tampoco sé siquiera si alguien les reconocería en el milagroso caso de que por alguna misteriosa equivocación aparecieran durante algún minuto en la sección cultural de algún informativo, escondidos entre el nuevo disco de Jarabe de Palo y el gol de chilena de Ronaldo.
Y sobre todo, sobre todo… tampoco le verán manifestándose como a toda esta piara de pomposos autoelegidos representantes de la cultura de España. No les verán gritar que se mueren de hambre por esos piratas de internet que les están mangoneando su trabajo… probablemente, por estar realmente trabajando.
Sí. Me da mucho miedo escuchar que «los representantes de la Cultura de España» están haciendo algo, porque a buen seguro ni son representantes de la Cultura ni estén haciendo nada bueno.
Y ya tienen su Ley… sus sollozos, lamentos y plegarias no han sido en vano. Desde el 1 de Marzo, ya cuentan con la herramienta que volverá a impulsar la máquina de vender churros, su particular reliquia mágica, el santo grial que sanará las heridas de sus bolsillos. Por fin se imprimió su Malleus maleficarum, el martillo de brujas que castigará a los nuevos herejes y sus oscuros lupanares de series y subtítulos, toda una genialidad arquitectónica en forma de puente con el que salvar la riada de jueces que les ahogaba en sentencias absolutorias.
Llegó la Ley Sinde-Wert y los representantes de la Cultura de España ya no pasarán hambre, volverán los días de vino y rosas en los que un trozo de plástico redondo era la oblea sagrada que debías adorar si querías el paraiso de sus melodías, llegará a las FNAC de todo el país la gran oleada de zombies sedientos de sus altas creaciones intelectuales.
Aquí está, ahí la llevas, que decían por mi pueblo… Ahora sí que sí. Vuelven the golden years.
Abran bien las puertas del Corte Inglés, pásenle un plumero a los Cds y dispónganse a presenciar la estampida… allá vamos, queridos representantes de la Cultura en España, allá vamos ávidos y presurosos a comprarles todo lo que salga de sus privilegiados cerebros al precio que ustedes nos digan y en el formato que ustedes nos ofrezcan… ¿Qué otra opción nos queda salvo la suya?
Ya vamos… ¿lo notan?… ¿notan ese temblor en el suelo de pasos atropellados y raudos a su encuentro? ya casi estamos llegando a nuestro Centro Comercial más cercano… ¿lo notan? ¿lo notan?… ¿no?