El test de inteligencia cósmico

Por Irreductible, el 24 noviembre, 2011. Categoría(s): Desde la cubierta del Beagle

El 27 de agosto de 1883 el ser humano iba a escuchar el sonido más estruendoso de toda su Historia. A las diez y dos minutos de la mañana, y después de una noche más que movida, el volcán Krakatoa hacía volar literalmente la isla en la que se encontraba con una erupción que se llegó a escuchar a miles de kilómetros de distancia. La explosión fue tan impresionante que el estrépito se pudo escuchar en rincones tan distantes como Australia o Sudáfrica.

Se calcula que la energía liberada en la última y más potente de las erupciones del Krakatoa sería el equivalente a 7.000 bombas atómicas como la lanzada en Hiroshima.

La erupción del Krakatoa y sus posteriores y fatales tsunamis acabaron con la vida de unas 40.000 personas convirtiéndose en una de las tragedias naturales más destructivas que la humanidad ha vivido.

Y aun así… tuvimos suerte.

Ese mismo mes de agosto, de ese mismo año 1883, en la otra punta del mundo, el astrónomo José Bonilla observaba desde el Observatorio de Zacatecas en México una serie de objetos pasando frente al sol. En total Bonilla llegó a contar hasta 450 fragmentos envueltos en una especie de niebla publicando un artículo en una revista francesa de la época llamada L’Astronomie.

Nunca se supo a ciencia cierta qué fue exactamente lo que Bonilla divisó durante sus observaciones del 12 al 13 de agosto de 1883, sin embargo hace unas semanas, un equipo de científicos de la Universidad Autónoma de México, encabezados por el astrónomo Héctor Manterola creen poder ofrecer una explicación a aquellos objetos divisados en 1883… los restos de un cometa, el Pons-Brook, que pasó junto a nosotros un año antes, en 1882.

Lo interesante (y a la vez preocupante) de la explicación de Manterola es que afirma que los más de 400 fragmentos del Pons-Brook pasaron a una distancia de entre 600 y 8.000 kilómetros de la Tierra… vamos, que realmente nos rozaron el flequillo.

Si además tenemos en cuenta que algunos de esos fragmentos superaban el kilómetro de diámetro, bien podemos decir que el Krakatoa se hubiera quedado en un simple susto en comparación con la que hubieran podido organizar estos posibles meteoritos.

Por supuesto, es muy difícil comprobar la veracidad de la hipótesis de Manterola y ya han surgido diversas voces discordantes explicando las observaciones de Bonilla como un simple fenómeno atmosférico. Sin embargo, la idea de que en 1883 la Humanidad estuvo a un pelo de haber seguido el mismo destino que en su día tuvieron los dinosaurios, no deja de ser inquietante.

El físico y divulgador Michiu Kaku, al que muchos conocerán por su aparición en diversos documentales de ciencia, basándose en la escala del astrofísico ruso Kardashev, relataba hace un tiempo una interesante forma de catalogar posibles civilizaciones extraterrestres en función de su capacidad tecnológica frente a su entorno.

Esa división y según los avances de los que sean capaces, discurre entre las civilizaciones del tipo 1, con tecnología que les permite controlar el clima y su propia atmósfera, dominar todas las clases de recursos energéticos de su planeta o desviar meteoritos que les amenacen, hasta las civilizaciones más avanzadas, del tipo 3 capaces de modificar a su antojo galaxias completas.

Vistos así, y desde un plano metafórico, los meteoritos serían una especie de examen vital al que la mayoría de las civilizaciones se enfrentan en algún momento de su historia. Un test de inteligencia en el que suspender nos llevaría a la extinción.

Los dinosaurios no lo pasaron… Como comentaba hace un tiempo el astrofísico Phil Plait, los dinosaurios se extinguieron por no tener un programa espacial.

Nosotros, en 1883 también hubieramos suspendido el test.

Aún así, en la actualidad y según la división de Kaku, nuestra civilización, a pesar de que estamos cerca de conseguirlo, todavía no habría llegado al tipo 1, lo que significaría que en el hipotético caso de que tuviéramos que afrontar este inesperado test de inteligencia cósmico, aún hoy suspenderíamos.

Éste artículo corresponde a la sección «Desde la cubierta del Beagle«, mi colaboración semanal con el periódico Diario de Avisos y su sección de ciencia Principia.