A primeros de marzo de 1986, el doctor Oliver Sacks recibió una carta, remitida por Jonathan I. (el señor I. en adelante), de la que transcribo algunas líneas:
“Soy un artista de bastante éxito que acaba de cumplir sesenta y cinco años. El 2 de enero de este año iba conduciendo mi coche y choqué con un pequeño camión en el lado del copiloto de mi vehículo.
En la sala de urgencias del hospital me dijeron que sufría una conmoción cerebral. Mientras me reconocían la vista descubrí que era incapaz de distinguir las letras o los colores. Mi visión era tal que me parecía estar contemplando un televisor en blanco y negro.
Al cabo de los días fui capaz de distinguir las letras, pero estoy completamente ciego al color.
He visitado oftalmólogos que no saben nada de este asunto de la ceguera al color. He visitado neurólogos sin resultado. Me han sometido a todo tipo de pruebas. Cualquiera que se le ocurra.
Mi perro marrón es gris oscuro. El zumo de tomate es negro. La televisión en color es un batiburrillo.”
¿Podría explicar lo que le estaba sucediendo?, preguntaba el remitente al Dr. Sacks y, sobre todo… ¿podría ayudarle?
Cerebral bilateral achromatopsia | Fuente | Dominio Público
El Dr. Sacks nunca había conocido a alguien que se volviera totalmente ciego al color después de 65 años de ver normalmente, por lo que no podía ser uno de los extraños casos de acromatopsia congénita (anomalía congénita en la visión que solo permite ver en blanco y negro), no tenía ni idea de lo que le ocurría, ni de si se podía curar o mejorar su estado…
… Es más, nunca antes había escuchado una historia como la que el señor I. le contó a él y al Dr. Robert Wasserman, en una serie de sesiones y reconocimientos que comenzaron el 1 de abril de 1986.
El señor I. les relató que tras el accidente todo estaba descolorido, grisáceo, confuso.
Al volver a su estudio se encontró con que sus telas, las pinturas coloridas y abstractas por las que era conocido, eran grisáceas o en blanco y negro.
No sólo habían desaparecido los colores, sino que lo que veía tenía un aspecto desagradable, todo falso, antinatural, sucio e impuro.
El señor I. apenas podía soportar el aspecto que tenían ahora las personas (“como estatuas grises y animadas”), y tampoco su propio aspecto en el espejo: evitaba la vida social, y las relaciones sexuales se le antojaban imposibles: veía la carne de la gente, la carne de su mujer, su propia carne, de un gris abominable; el “color carne” le parecía “color rata”.
Fuente | Dominio Público
Encontraba las comidas desagradables debido a su aspecto mortecino, grisáceo, y tenía que cerrar los ojos para comer. Recurrió cada vez más a los alimentos blancos y negros: olivas negras y arroz blanco, café solo y yogur (éstos al menos parecían relativamente normales).
En la mesa también tenía que adoptar prácticas y posiciones fijas y rituales, ya que de otro modo podía confundir la mostaza con la mayonesa, o el ketchup con la mermelada.
Para el señor I. el blanco y negro era una realidad, y suponía dificultades y angustias en todo cuanto le rodeaba: 360 grados, sólido y tridimensional, durante las veinticuatro horas al día.
Ésta es la historia que el señor I. contó a los doctores Sacks y Wasserman: La historia de los tres primeros meses vividos tras una brusca y total interrupción de la visión del color, y de sus intentos de vivir en un mundo en blanco y negro.
Uno de los test de Ishihara para deficiencias en la visión de colores.
Una visión normal distingue y ve un 8, y una visión defectuosa un 3. Fuente | Dominio Público
Tras someterle a múltiples pruebas, ambos doctores descartaron que su problema fuera fruto de una histeria, y por lo tanto irreal, o un problema en sus ojos, sino que se trataba de una verdadera acromatopsia sobrevenida por alguna lesión cerebral.
Quizá algunas diminutas zonas del cerebro del señor I. habían quedado dañadas como resultado de la conmoción cerebral tras el accidente; o quizá había sufrido una pequeña apoplejía después del mismo, e incluso puede que antes, siendo su desencadenante.
Sacks y Wasserman decidieron trasladarse a Nueva York para someter al señor I. a una nueva prueba, que únicamente había sido experimentada con personas con visión normal y con animales.
La prueba consistía en ver si el paciente podía distinguir imágenes, que no eran imágenes del mundo natural (como se había hecho hasta ahora) sino representaciones visuales multicoloreadas y abstractas consistentes en manchas geométricas de papel coloreado, iluminadas por tres proyectores y filtros de ondas larga (roja), media (verde) y corta (azul), de modo que la expectativa no proporcionara ninguna pista concerniente a qué colores deberían verse.
Estas imágenes abstractas se parecían vagamente a algunos cuadros de Piet Mondrian, por lo que se las denominaba “Mondrians de color”.
Piet Mondrian, Composition A, 1923 | Fuente | Dominio Público
La prueba no sólo clarificó la naturaleza del problema, sino que sirvió también para señalar su localización: la corteza visual primaria del señor I. estaba esencialmente intacta, y era la corteza secundaria la que prácticamente había sufrido casi todo el daño.
Estas zonas son muy pequeñas incluso en el hombre y, sin embargo, todas nuestras percepciones del color, toda nuestra capacidad de imaginarlo o recordarlo, toda nuestra sensación de vivir en un mundo en color, depende crucialmente de su integridad.
Una desgracia había destruido esas zonas del tamaño de poco más de una judía en el cerebro del señor I., y con ello toda su vida y su mundo habían cambiado.
El dibujo C muestra la región del cerebro cuya lesión produciría la acromatopsia cerebral
Fuente | Dominio Público
El pronóstico seguía siendo incierto, aunque por el momento la situación parecía estable.
Los doctores ofrecieron al señor I. lo único que podían darle: un poco de ayuda práctica:
El señor I. había visto de manera congruente los límites de las manchas Mondrian con más claridad cuando éstas estaban iluminadas por una luz de onda media (verde), por lo que se le hicieron unas gafas de sol con lentes verdes, que dejaran pasar sólo la longitud de onda con la que veía más claramente.
Gafas con lentes de colores para distintos defectos visuales | Fuente
Las gafas no contribuyeron a devolverle su visión del color, pero parecieron aumentar sensiblemente su visión del contraste y su percepción de la forma y de los límites.
Se encontró con que veía mejor con una luz tenue o en el crepúsculo, y no a plena luz del día.
Comenzó a convertirse en un “noctámbulo”, en sus propias palabras, pues la noche le parecía “concebida”, como dijo en una ocasión, “en blanco y negro”.
En definitiva, consiguió, poco a poco, mentalizarse y adaptarse a su nueva situación.
Con respecto a su pintura, tras un año o más de experimentación e incertidumbre, el señor I. entró en una fase enérgica y productiva: si no podía pintar en color, pintaría en blanco y negro.
Sus pinturas en blanco y negro tienen un gran éxito!.
La gente comenta y alaba su renovación creativa y la nueva y extraordinaria “fase” en blanco y negro en que ha entrado su pintura…
… Pero muy pocos saben la verdadera y calamitosa razón que originó la “nueva fase creativa” de este pintor que un mal día dejó repentinamente de ver los colores.
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Nota:
Hasta la fecha no se ha encontrado ningún tratamiento eficaz para recuperar la visión en color de aquellos pacientes que padecen acromatopsia cerebral.
Resumido y redactado a partir del estudio de un caso real “The Case of the Colorblind Painter”, incluido en “An Anthropologist On Mars: Seven Paradoxical Tales”, (1996) del doctor Oliver Sacks.
Información adicional en los enlaces que dejo en el artículo.
El texto íntegro de este extraño caso podéis encontrarlo en castellano en este Word
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Artículo realizado por Guillermo