Corrían los ventosos idus de Marzo del año 1994, cuando el que escribe estas líneas, contaba con 20 añitos. Entre Stratocaster Knopflerianas y Telecaster Claptianas, poseía yo otra oculta afición, menos visible… la música clásica. Por aquel entonces pasaba mi tiempo entre clases de derecho constitucional y partidas de mus en una cafetería llamada «El Escondite», a las espaldas de la Facultad granadina.
Una fatídica tarde de aquel lejano 1994, me disponía a asistir a un concierto de la Música Sacrae de Mozart, en la Catedral y encima gratuito… la cosa pintaba bastante bien.
De camino, se me ocurrió lo que a la postre, terminaría siendo una mala idea: pasarme por El Escondite y saludar a los amigos que, seguro estaban por allí jugando a la pocha… No contento con esto, volví a patinar al invitarles a venir conmigo.
Tuvimos suerte y, aunque la Catedral estaba al completo, conseguimos cuatro asientos casi en primera fila… Coro y orquesta preparados, un escenario incomparable y la acústica de la Catedral prometían una gran tarde.
No habían pasado ni 5 minutos de concierto cuando, en voz bajita, uno de mis amigos me pregunta:
«Javier… oye… ¿Esto va a ser así to el rato?»
Me quedé paralizado, no supe qué responderle… pero ante mi asombro y posterior sonrojo, el campeón se levanta de su asiento y, con el tren en marcha, se larga del concierto a ritmo de «disculpe»… «perdone»… «dejen paso».
De mis otros acompañantes, uno de ellos fue algo más educado y esperó al intermedio para abandonar el concierto, dejándolo también incompleto, y el otro se quedó conmigo hasta el final, aunque como más tarde me confesó, por simple solidaridad…
Aquella tarde tuve una revelación. La Música Clasica es como una piscina de agua helada. No puedes tirar de repente y de cabeza a nadie, sobre todo si nunca ha nadado antes.
Para quien no se haya acercado a la música clásica o a la ópera, asistir a dos horas y media de Wagner o de Richard Strauss, puede ser insufrible… Si es tu primera vez, no vayas a cualquier ópera, no asistas a cualquier concierto, comienza por algo sencillo y digerible… Una Traviata, un Turandot… En este caso, la frase «la primera impresión es la que cuenta» es totalmente cierta.
Ahora lo tengo claro. Sin embargo, desde aquel día, y creo que ya poco puedo hacer al respecto, mis amigos jamás me han vuelto a acompañar a ningún concierto y mucho menos a una ópera… y no les culpo por ello…
La culpa es mía.