TEXTOS PARA EL DOMINGO

Por Irreductible, el 28 septiembre, 2008. Categoría(s): carl sagan • ciencia • libros

La nave espacial se encontraba muy lejos de casa, más allá de la órbita del planeta más exterior y muy por encima del plano de la eclíptica, una superficie plana imaginaria, algo así como una pista, en la que generalmente se hallan confinadas las órbitas de los planetas.

La astronave se alejaba del Sol a 65000 kilómetros por hora.

Pero a principios de febrero de 1990 recibió un mensaje urgente de la Tierra.

Obediente, modificó la orientación de sus cámaras, dirigiéndolas hacia los planetas ahora distantes. Tras girar su plataforma de exploración científica de un lugar del cielo a otro, captó sesenta imágenes y las almacenó, digitalizadas, en su cinta registradora. Luego, lentamente, en marzo, abril y mayo, fue radiando los datos hacia la Tierra. Cada imagen estaba compuesta de 640000 elementos individuales (pixels), como los puntos que aparecen en una foto impresa o en un cuadro puntillista. La nave espacial se encontraba a seis mil millones de kilómetros de la Tierra, tan lejos, que cada pixel tardaba cinco horas y media, viajando a la velocidad de la luz, en alcanzarla.

Las imágenes podían haber sido reintegradas antes, pero los grandes radiotelescopios ubicados en California, España y Australia que reciben estos susurros procedentes de los bordes del sistema solar tenían responsabilidades con otras naves que surcan el océano espacial, entre ellas la sonda Magallanes, en dirección a Venus, y Galilea, en tortuoso viaje hacia Júpiter.

El Voyager 1 se encontraba tan por encima del plano de la eclíptica porque, en 1981, se había aproximado mucho a Titán, la luna gigante de Saturno. Para su nave hermana, el Voyager 2, fue programada una trayectoria distinta dentro de dicho plano, y pudo así llevar a cabo sus celebradas exploraciones de Urano y Neptuno.

Los dos robots Voyager han investigado cuatro planetas y casi sesenta lunas. Constituyen notables triunfos de la ingeniería humana y se cuentan entre las glorias del programa espacial norteamericano. A buen seguro ambas figurarán en los libros de historia cuando muchas otras cosas de nuestro tiempo hayan quedado relegadas al olvido.

El buen funcionamiento de los Voyager sólo estaba garantizado hasta que efectuaran su encuentro con Saturno. Se me ocurrió que podía ser una buena idea que, una vez se hubiera producido, echaran un último vistazo en dirección a la Tierra. Yo sabía que desde Saturno la Tierra se vería demasiado pequeña como para que el Voyager pudiera percibir detalles.

Nuestro planeta aparecería como un mero punto de luz, un pixel solitario, apenas distinguible de los otros muchos puntos de luz visibles, planetas cercanos y soles remotos. Pero precisamente por la oscuridad de nuestro mundo puesta así de manifiesto, podía valer la pena disponer de esa imagen.

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Texto extraido del libro:
«Un punto azul pálido. Una visión del futuro humano en el espacio» de Carl Sagan
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Por Irreductible, publicado el 28 septiembre, 2008
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