Dándole un repaso a las principales agencias informativas para ver cómo viene el día, me encuentro hoy con una buena noticia en Reuters: «El Huracan Bertha se debilitó rápidamente esta misma mañana, mientras se dirigía hacia las Bermudas, apenas un día después de convertirse repentinamente en el primer gran huracán de la temporada del 2008 en el Atlántico, informaron meteorólogos estadounidenses».
El huracán Bertha, en la foto, que el lunes se convirtió en un poderoso huracán de categoría 3 en la escala de cinco niveles de Saffir-Simpson, había descendido a la categoría 1 con vientos máximos sostenidos de 140 kilómetros por hora hacia las 1700 hora del este (2100 GMT).
Después de leer la noticia, me acordé inmediatamente de otra «Bertha» también con connotaciones destructivas y peligrosas… El arma más famosa de la Primera Guerra Mundial: El Cañón aleman «Gran Bertha».
Hace unos meses leí «Física Recreativa», uno de los muchos libros de Yakov Perelman dedicados a la ciencia cotidiana, que me sirve hoy para hablaros de Cañones y aire…
Todo el mundo sabe que el aire dificulta el vuelo; de las balas, pero son pocos los que tienen una idea clara de lo enorme que es el efecto retardador del aire. La mayoría de las personas piensan, que un medio tan delicado como el aire, cuya resistencia ni sentimos siquiera, no puede dificultar mucho el raudo vuelo de una bala de fusil.
Si vemos arriba, el torpe dibujo que he realizado según las indicaciones de Perelman, después de salir del cañón (con un ángulo de elevación de 45′ y una velocidad inicial de 620 m/seg), la bala describiría un enorme arco de 10 km de altura y su alcance sería de cerca de 40 km.
Esto sería así en el vacio, pero en la realidad, una bala disparada con el ángulo de elevación y la velocidad inicial antedichos, describe un arco de curva relativamente pequeño y sólo alcanza 4 km.
Nos trasladamos ahora a finales de la Primera Guerra Mundial. En 1918, las fuerzas aéreas francesas y británicas casi habían aniquilado el poder de Alemania en el aire… Los alemanes tenían que buscar nuevas formas de atacar posiciones alejadas y pusieron su maquinaria de guerra a funcionar y la artillería alemana puso en práctica, por primera vez en la historia, el bombardeo de ciudades enemigas situadas a más de cien kilómetros de distancia.
El estado mayor alemán decidió emplear este nuevo procedimiento para batir la capital francesa, la cual se encontraba a más de 110 km del frente.
Hasta entonces nadie había probado este procedimiento. Los propios artilleros alemanes lo descubrieron casualmente.
Ocurrió esto al disparar un cañón de gran calibre con un gran ángulo de elevación. Inesperadamente, sus proyectiles alcanzaron 40 km, en lugar de los 20 calculados.
Resultó, que estos proyectiles, al ser disparados hacia arriba con mucha inclinación y gran velocidad inicial, alcanzaron las altas capas de la atmósfera, en las cuales la resistencia del aire es insignificante.
En este medio poco resistente es donde el proyectil recorrió la mayor parte de su trayectoria, después de lo cual cayó casi verticalmente a tierra.
Esta observación sirvió de base a los alemanes para proyectar un cañón de gran alcance, para bombardear París desde una distancia de 115 km. Este cañón terminó de fabricarse con éxito, y durante el verano de 1918 lanzó sobre París más de trescientos proyectiles.
Su diseñador, Alfred Krupp le llamó cómo su hija: Bertha.
El tamaño del cañon se mereció también el apelativo «Gran» cómo veremos: Consistía en un enorme tubo de acero de 34 m de largo y un metro de grueso. El espesor de las paredes de la recámara era de 40 cm. Pesaba en total 750 toneladas. Sus proyectiles tenían un metro de largo y 21 cm de grueso, y pesaban 120 kg. Su carga requería 150 kg de pólvora y desarrollaba una presión de 5 000 atmósferas, la cual disparaba el proyectil con una velocidad inicial de 2 000 m/seg.
El fuego se hacía con un ángulo de elevación de 52′ y el proyectil describía un enorme arco, cuyo vértice o punto culminante se encontraba a 40 km de altura sobre la tierra, es decir, bien entrado en la estratosfera. Este proyectil tardaba en recorrer los 115 km, que mediaban entre el emplazamiento del cañón y París, 3,5 minutos, de los cuales, 2 minutos volaba por la estratosfera.
Estas eran las características del primer cañón de ultralargo alcance, antecesor de la moderna artillería.