#LunesTetas: Monstruos con tetas

Por Irreductible, el 12 enero, 2015. Categoría(s): evolucion • genetica

Una de las confusiones más extendidas sobre la evolución es pensar que antes de que llegara Charles Darwin (y Alfred Russell Wallace al que siempre se suele olvidar en esta ecuación) el pensamiento extendido entre los científicos de la época era que las especies eran inmutables. No es del todo cierto ya que, curiosamente la «mutabilidad» de las especies era un hecho bien conocido miles de años antes de que el naturalista británico publicara su obra capital en noviembre de 1859.

Los seres humanos hemos modificado especies en nuestro beneficio desde tiempos inmemoriales e incluso gran parte de la obra de Charles Darwin está dedicada a la domesticación, crianza, variación y modificación de especies por parte del hombre. La cuestión en todo caso no era si las especies eran inmutables sino si eran inmutables sin la intervención del ser humano.

1868. The variation of animals and plants under domestication (volumen 1)
Charles Darwin. The variation of animals and plants under domestication (volumen 1) – London, John Murray 1868

Darwin estudió como nadie este aspecto de la cultura humana en libros como Questions about the breeding of animals [Stewart & Murray, 1839], Fertilisation of Orchids [John Murray, 1862], Variation of animals and plants under domestication [John Murray, 1868], On the movements and habits of climbing plants [Journal of the Linnean Society of London, 1862], The effects of cross and self fertilisation in the vegetable kingdom [John Murray, 1876], The different forms of flowers on plants of the same species [John Murray, 1877]… De hecho, incluso en sus obras más específicas sobre el tema como El origen de las especies, el naturalista incluye varios capítulos y pasajes en los que trata con profundidad la modificación de especies por parte de los humanos.

Lo cierto es que desde el Neolítico el ser humano sabe que los animales y plantas pueden ser modificados para que expresen cualidades que nos convengan. Este conocimiento y práctica, a través de los siglos y milenios, ha convertido especies en verdaderas factorías al servicio del hombre. Es lo que Carlos Chordá denomina «monstruos» creados por selección artificial, domesticación y crianza de aquellas especies que nos resultan útiles.

Verdaderos monstruos artificiales que, como la gallina, se han convertidos en fábricas de producción a nuestro servicio. Con el nombre científico de Gallus gallus domesticus, un ejemplar productivo de gallina es capaz de ofrecernos más de 300 huevos al año mientras que su émulo natural, la gallina silvestre, apenas llega a la media docena de huevos por puesta.

Pero como este artículo se encuadra dentro de la extravagante idea del #LunesTetas, creo que el ejemplo más claro de selección de variaciones genéticas en nuestro interés es el de la vaca… Hemos creado un verdadero monstruo con tetas.

Un monstruo con tetas
Un monstruo con tetas

Es un ejemplo tan palmario que autores como Judith Schalansky en su libro «El cuello de la jirafa» consideran que el Neolítico comenzó con la domesticación de la vaca hace ya unos 10.000 años. Y es que la vaca ha sido históricamente el animal más domesticado, modificado y útil en todo este camino: nos ofrece leche, carne, abrigo y fuerza de trabajo.

Tanto hemos modificado la vaca, que las actuales variedades se han especializado (o mejor dicho las hemos especializado) por funciones y ahora cada producto (leche, carne, fuerza de trabajo) corresponde a una especie de vaca en concreto.

Por ejemplo la leche. Existen varias razas de vaca modificadas durante miles de años para conseguir una producción que podríamos calificar tranquilamente de desmesurada. Pasiega, Jersey, Tudanca… y sobre todo Holstein. Las vacas Holstein son verdaderos grifos y su producción del líquido lácteo han hecho que sean las más utilizadas en todo el mundo.

Un ejemplar de Holstein llamado Ubre blanca se hizo bastante famosa (e incluso apareció en el Libro Guiness de los Records) por  haber regado en tan solo 305 días (el periodo estimado de lactancia para su prole) la escandalosa cantidad de 24.268,9 litros de leche. Una cifra que equivale a cincuenta veces su propio peso y que como bien indica Chordá, es más de la que necesitaría para criar a cualquier ternerito en ese espacio de tiempo.

Más allá de esta vaca record, lo «normal» es que para una sola vaca Holstein, como las que podemos ver en nuestros prados, la media ronde los 12.000 litros en ese periodo fértil. Sigue pareciendo excesivo incluso para el ternero más glotón.

Este artículo es mi humilde aportación al #LunesTetas. Aquí puedes ver todos los artículos publicados sobre el tema