De la “vida rudimentaria” en Marte al MSL Rover Curiosity

Por Irreductible, el 8 agosto, 2012. Categoría(s): Desde la cubierta del Beagle

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El 5 de septiembre de 1877 el baile planetario de nuestro sistema solar ofreció una oportunidad única para todos los aficionados a la astronomía de la época. Marte, nuestro vecino se mostraba en todo su esplendor gracias a una gran oposición que lo situaba a tan solo 55 millones de kilómetros de distancia. Un acercamiento que fue aprovechado por científicos como el italiano Giovani Schiaparelli para pasar las noches observando el planeta rojo descubriendo algunos detalles desconocidos hasta el momento.

Al otro lado del telescopio, Schiaparelli comenzó a distinguir una especie de red de surcos en la superficie de Marte y con mayor o menor acierto, los denominó “canales”. Aquella palabra se confundió en muchas ocasiones y se malinterpretó en otras tantas por científicos contemporáneos como Percival Lowell, un prestigioso astrónomo americano, que se empeñó en que aquellas marcas geológicas marcianas eran en realidad estructuras artificiales construidas para canalizar agua por una supuesta civilización extraterrestre.

Las imaginativas tesis de Lowell fueron rápidamente desautorizadas por observaciones más precisas y por astrónomos como el injustamente olvidado José Comas y Solá, un verdadero niño prodigio barcelonés que, con tan sólo veintidós años y utilizando un telescopio de apenas 11 centímetros de diámetro confeccionó uno de los más precisos mapas de Marte de aquel tiempo.

El avance de las técnicas y el uso de espejos cada vez mayores, consiguieron traernos una visión más precisa del planeta rojo, sin embargo algo faltaba… la sola observación no aportaba ningún dato sobre la posibilidad de vida, la composición de su atmósfera, la geología del lugar…

Marte seguía siendo un desconocido y sobre él surgían todo tipo de teorías y afirmaciones, algunas tan disparatadas como la que mantenía el Noticiario Nacional NODO que, en 1956 aún se atrevía a afirmar que “en Marte hay vida vegetal y posiblemente vida animal rudimentaria”.

Esta idea de Marte como propicio a la vida cada vez se sostenía menos y terminó por derrumbarse con las primeras sondas que comenzaron la verdadera exploración a finales de las décadas de los años ‘60 y ’70.

Los datos enviados por las misiones Mariner y Viking convertían al planeta del dios guerrero Marte en un desierto yermo de cráteres y polvo, reduciendo las expectativas de aquellos que hasta hace no tanto pensaban que, aún en formas muy primitivas, podría existir vida en la superficie de nuestro vecino rojo.

Pero este breve resumen histórico de nuestra búsqueda sobre lo que Marte puede y pudo ser ha comenzado a dar un vuelco realmente interesante. La era de las sondas ha dado paso al tiempo de los exploradores robotizados sobre el terreno.

En 1997 llegaba a Marte la misión Pathfinder dejando por primera vez en la historia un vehículo humano en la superficie del planeta: era el Sojourner, un pequeño visitante que nos envió datos cruciales sobre la composición del terreno marciano.

Han pasado quince años desde que aterrizara el primer instrumento robótico en Marte y lo que hemos aprendido en este breve lapso de tiempo debería sorprendernos. Estudiar sobre el terreno las características del planeta nos ha llevado a resolver misterios con los que cargábamos desde hace siglos pero, como no podía ser de otra forma, ha abierto otras incógnitas interesantes.

Sondas que orbitan el planeta vecino como la Mars Express, unidas a los datos obtenidos en la superficie por otros Rover como el Opportunity y el Spirit nos han revelado un planeta menos desértico de lo que pensábamos. Grandes cantidades de hielo, evidencias de agua bajo su superficie e incluso la probabilidad de agua en forma líquida en algunas estaciones del año… Marte ha dejado de ser ese erial inhabitable y se abre a futuras expediciones tripuladas albergando la posibilidad incluso de bases estables en algunas décadas.

La llegada del Curiosity al planeta rojo es un paso decisivo en nuestro avance por desentrañar el pasado y el futuro de Marte, analizando in situ las pistas que nos ofrece su presente.

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Éste artículo corresponde a la sección «Desde la cubierta del Beagle«, mi colaboración semanal con el periódico Diario de Avisos y su sección de ciencia Principia y en la que trato de unir historia y ciencia para analizar noticias actuales.