Felix Kersten, un médico contra el horror

Por Irreductible, el 30 junio, 2011. Categoría(s): guerra mundial • historia • personajes

El 19 de marzo de 1939 un coche aparca en el número 8 de la Prinz-Albercht-Straße de Berlín. Lo conduce una mujer que, asustada, asoma la cabeza por la ventanilla y mira con frialdad las piedras grisáceas de aquel edificio.

Antiguamente aquellas paredes habían albergado la Escuela de Artes Industriales y Artesanos, por allí paseaban estudiantes, aprendices y profesores… pero eran otros tiempos. Ahora la zona estaba repleta de edificios oficiales que los nazis habían remodelado y adaptado para su organizada maquinaria de gobierno.

Frente a ella se alzaban la oficina central de la Policía Secreta del Estado, la GESTAPO, y junto a ésta, en lo que antaño era uno de los más animados Hoteles de la ciudad, el Hotel Prinz Albrecht, se erguían ahora los cuarteles generales de las SS.

La experiencia le decía que pocos de los que cruzaban aquellas puertas de la Reichsführung SS lo hacían por su propia voluntad y muchos de los que lo habían hecho jamás habían vuelto a ser vistos. En aquellos tiempos, entrar allí, atravesar aquel umbral significaba toparse de bruces con el aparato más letal del Estado y con su cabeza visible: Heinrich Himmler, el segundo hombre más poderoso (y por tanto, peligroso) de toda Alemania.

Y aun así, allí estaba ella… conduciendo voluntariamente aquel coche para acompañar a su marido, Felix Kersten, hacia aquella guarida de lobos. Años más tarde, con la voz quebrada, afirmaba: «Cuando vi a mi esposo entrar allí, creí que jamás volvería a verlo«.

Felix Kersten era un médico realmente curioso. Había estudiado terapéutica manual en Finlandia, y tras llegar a Alemania en 1924 había comenzado a estudiar los métodos de la medicina oriental que impartía un lama tibetano: El doctor Ko. Sin embargo, la situación en Berlín comenzaba a agitarse y aquel lama, vislumbrando el panorama revuelto que se avecinaba, resolvió que lo mejor era volverse al Tibet y traspasar su consulta a su aventajado alumno.

A mediados de la década de 1930, Kersten se había labrado una carrera de éxitos. Sus métodos eran poco convencionales pero sus masajes solían ser efectivos. Kersten lograba con sus manos aliviar el dolor de muchos de sus pacientes.

Su habilidad como médico le ha logrado una posición popular entre las clases acomodadas alemanas. Su fama se fue extendiendo por el país y sus clientes recomendaban sus servicios a otros nobles alemanes. A su puerta llaman las más altas esferas del panorama nacional: empresarios, industriales y toda clase de potentados pasan por las manos de Kersten y salen contentos de sus servicios. Incluso llegó a tratar a Reyes y Príncipes en las Cortes de las vecinas Holanda y Suecia. Todos terminan encantados con sus tratamientos y pasan la voz a sus allegados, haciendo de Kersten un médico reconocido y solicitado.

Y como no podía ser de otra manera en la historia que hoy ocupa la Aldea, su nombre llega a oídos de Heinrich Himmler, el todopoderoso Reichfuhrer de la Schutzstaffel que durante largos años había padecido de fuertes dolores estomacales.

Himmler era una persona temida. Nada se hacía en el Tercer Reich sin que él lo supiera. Sus dotes organizativas han llevado a las SS a controlar todo lo que ocurría en Alemania. Si alguien se lo imagina como un pequeño hombrecillo tras un escritorio obedeciendo las órdenes de Hitler, se equivoca: Himmler tomaba sus propias decisiones, su autoridad estaba fuera de toda duda, tenía una visión de Alemania y la estaba llevando a cabo. Era el segundo a bordo pero sus órdenes no necesitaban confirmación: se obedecían y punto.

Por eso, aunque a Kersten no le hacía ninguna gracia verse cara a cara con aquel hombre, y a pesar de que se había jurado mil veces que no se metería en problemas con el partido… allí estaban él y su esposa, frente a las imponentes puertas de las SS, encaminando sus pasos al encuentro de Himmler.

Atendiendo al diario de Heinrich Himmler podemos conocer cómo fue su primer cara a cara en aquella tarde de marzo de 1939.

Gracias por venir, Doctor” […] “Dicen que es usted el mejor en su profesión, puede que consiga calmar mis terribles calambres estomacales que me impiden caminar o incluso permanecer sentado. Ningún médico alemán ha sido capaz de curarme, de lo único que hablan es de ponerme inyecciones»

Kersten, acorralado, sabe que no puede fallar. En aquella primera reunión se mueve con pies de plomo y medita todas y cada una de sus palabras. Finalmente decide tratarle (tampoco tiene muchas opciones), pero en primer lugar ofrece a Himmler 14 días de prueba y diagnóstico.

Una sóla sesión no es suficiente. El doctor le tratará durante dos semanas para conocer su cuerpo y sus dolencias, y al término de ese periodo decidirán si continúan con un tratamiento personalizado.

Himmler acuciado por sus dolores, acepta.

Kersten abandona el edificio con la agridulce sensación de haber hecho lo correcto pero sabiendo que ha entrado en un mundo complicado y peligroso que no le pertenece y que le dará muchos problemas. Vuelve al coche donde le espera su esposa y tras el primer momento de alivio al volver a reunirse, le explica que deberá volver durante los próximos días.

Durante las siguientes tardes, Kersten realiza puntualmente el recorrido que va desde Harstwhal, su hacienda a las afueras de Berlín hasta los cuarteles generales de la SS en la Prinz-Albercht-Straße.

Y funcionan, funcionan… sus masajes alivian los dolores de Heinrich Himmler que por fin ve como alguien es capaz de aliviar sus terribles calambres estomacales brindándole algunos momentos de sosiego. El tratamiento está funcionando y al finalizar las dos semanas de prueba, el poderoso Reichsführer se encuentra entusiasmado con los masajes de aquel curioso doctor y desea profundamente continuar con ellos.

Kersten aprovecha su momento. Sabe de las ganas de Himmler por continuar con el tratamiento y lo utiliza para estabilizar y asegurar su posición en aquellos peligrosos cuarteles. El doctor se reune con Himmler al finalizar los 14 días, se cuadra ante él y le lanza sus condiciones.

– En todo momento será usted tratado como un paciente. Conozco su importancia y su cargo dentro del Reich, pero cuando esté bajo mi tratamiento será usted un paciente más.

– Deseo poder moverme con libertad. Soy ciudadano finlandés y podré moverme libremente sin nadie que me vigile ni controle.

– No quiero que me incluyan en ninguna organización ni partido ya sean militares o civiles, incluidas las SS.

Himmler está deseoso de continuar con los masajes y librarse de sus dolores en el estómago. Apenas termina de escuchar al médico acepta todas y cada una de las condiciones. A partir de ese momento Felix Kersten será el médico personal de Himmler.

Por orden expresa del Reichsführer, Kersten podrá entrar y salir de los cuarteles generales de las SS sin que nadie le moleste. Podrá moverse con total libertad por Berlín y desde aquel instante, se reunirá con Himmler en su oficina para continuar con sus milagrosos masajes.

Los días pasan y Kersten continua tratando a Himmler. Pasan las semanas y el cerebro de las SS tan solo halla algo de tranquilidad cuando se encuentra bajo las precisas manos del médico finlandés. Allí, cuando el dolor cesa y los calambres remiten, Himmler se relaja y poco a poco entabla una cercana relación con Kersten. Durante el tiempo de los masajes, sin que el estómago le retuerza todo el cuerpo, el militar apaciguado conversa con su médico y le comenta aspectos de su labor al frente de las SS.

La relación entre médico y paciente se va estrechando, hasta el punto en que Himmler se refiere frecuentemente a Kersten utilizando el apelativo afectivo de «mi pequeño buda»…

Felix ha ido ganando confianza y su posición en aquella guarida se ha fortalecido. Su trato con Himmler se ha hecho más cercano y el lugar predominante que ha ido construyendo no pasa inadvertido para otras personas…

En esta historia no debemos confundirnos y olvidar. No podemos ver a Himmler como el hombre afable y cercano bajo los masajes tranquilizadores de Kersten. El nazi es la cabeza pensante de la solución final. El mayor impulsor de la política de exterminio del Reich y fuerte defensor de la pureza aria. Su firma es suficiente para enviar de un plumazo a los terribles campos del holocausto a miles de judios, polacos, gitanos…

La limpieza racial que el país está experimentando deja a Kersten en una posición privilegiada pero peligrosa. Su recien creada amistad con Himmler permite al finlandés estar a salvo, pero sin quererlo, Kersten comienza a recibir peticiones comprometidas.

Sabiendo de su cercanía e incipiente amistad con el Reichsführer, algunos de sus antiguos clientes, amistades y allegados le envían cartas pidiendo que intente ayudarles con familiares capturados por el régimen. Mucha gente desesperada en aquellos revueltos años acude a Kersten y se agarra a él como a un clavo ardiendo.

El finlandés en un principio es reacio. Sabe que tiene una posición confortable y no quiere meterse en lios. Su prioridad es su familia y no tiene intención de exponer su seguridad pidiendo a Himmler favores extraprofesionales.

Sin embargo, aquellas cartas llenas de emoción y desesperación seguían clavadas en la memoria de Kersten… Por favor, ayude a mi hijo… Se lo suplico, mi hermano ha sido detenido por las Schutzstaffel… Llevo más de un mes sin tener noticias de mi padre…

No sabría deciros en qué momento aquel médico decidió dar el paso, lo que sí podemos es hacernos una idea de su situación. Día tras día, Kersten atravesaba las puertas de las SS en Prinz-Albercht-Straße, día tras día entraba en la oficina del hombre más temido de Alemania y día tras día, tenía a Heinrich Himmler tranquilo y sosegado, libre de dolores por unos momentos, bajo los masajes de sus hábiles manos.

No se sabe cómo fue la primera vez. Quizá un simple «tengo un amigo que tiene un problema» pudo bastar para introducir aquel peligroso elemento en la conversación con Himmler… No, no se sabe cómo fue la primera vez, pero sí sabemos que a aquel primer y arriesgado paso, siguieron muchos, muchos más…

Kersten renunció a cobrar nada por sus servicios. El finlandés llegó a un acuerdo con Himmler y no le cobraría dinero si le ayudaba con algunas personas… primero conocidos que habían sido encarcelados en Holanda, más tarde con amigos detenidos en Suecia…

Para Himmler eran poca cosa y además, en su escala de valores aquellos favores eran minucias… moneda de cambio por algunas horas sin dolores ni calambres.

Poco a poco, Kersten se las arregló para introducir una idea en la cabeza de Himmler: sus dolores tenían un componente mental. Su participación en el exterminio estaba haciendo mella en su alma y si quería que remitieran, debía liberar algo de culpa de su conciencia… de alguna manera, soltar lastre y aliviar su mente.

No era un mal trato… Himmler le concedía aquellos pequeños favores y Kersten le compensaría con sus masajes sin cobrar ningún dinero por ellos… bien pensado y teniendo en cuenta la cantidad de personas que estaban siendo «limpiadas», aquellas concesiones no significaban nada para él.

Pero las cosas se iban a complicar…

En una de aquellas sesiones, y bajo la confidencialidad y amistad que se había forjado entre el nazi y el finlandés, Himmler le confiesa a Kersten que la guerra está próxima. La situación del doctor iba a cambiar radicalmente y tiene que elegir. Himmler le da dos opciones: O se queda junto a él en Berlín y sigue tratándolo, o lo más probable es que termine sus días en un campo de concentración alemán.

La decisión estaba clara: Desde ese momento y por su propia seguridad, Felix Kersten será el médico oficial de Himmler y no se separará de él en todo momento.

Allá donde vaya el Reichsführer, Kersten lo seguirá. Esta nueva situación hace que la posición del doctor se fortalezca y su relación con Himmler se haga cada vez más cercana e íntima.

Kersten acompaña a Himmler en sus viajes, lo trata cuando su úlcera estomacal se pone a rugir y sobre todo, calma sus dolores.

La campaña comienza bien para Alemania. Su Blitzkrieg se adentra en el corazón de Europa y les pone en cabeza de la segunda guerra mundial. Mientras los tanques de la guerra relámpago campan a sus anchas por Polonia, la política de exterminio se agrava y Kersten sigue recibiendo cartas y peticiones de ayuda. El finlandés aprovecha los momentos de tranquilidad con Himmler y continúa con su improvisado trato de salvar vidas a cambio de mitigar los dolores del militar.

Todo parece ir bien para ambos. Kersten y su familia están seguros bajo el amparo y la protección del gran Jefe de las SS y por su parte Himmler comprueba que, aunque el doctor no puede curar su úlcera, sí consigue que los dolores sean menos intensos.

Sin embargo, este delicado equilibrio entre los dos tiene muchas fallas. Aquel fornido hombre, ciudadano extranjero con pasaporte finlandés, vestido siempre de paisano con su gabardina blanca y su sombrero, acompañando siempre a Herr Himmler… muchos ojos se fijaron en su presencia y se preguntaban qué estaba tramando en realidad aquel Felix Kersten…

Al doctor pronto le surgieron enemigos en las altas esferas en las que nadaba ahora. Y eran enemigos poderosos, los ambientes en los que el finlandés se movía eran peligrosos, como también sus contrincantes…

Entre los más siniestros, destaca la presencia del temible Reinhard Heydrich, mano derecha de Himmler, segundo en las SS y jefe de la Gestapo. Uno de los personajes más controvertidos y terribles de la segunda guerra mundial. Mucho más astuto y despierto que su superior, Heydrich era un cerebro despierto y alerta a todo tipo de conspiraciones y tramas.

El Sturmbannführer Heydrich había puesto sus ojos en Kersten y se preguntaba si no habría algo más detrás aquel extraño médico, sus secretos encuentros y confidencias con Himmler.

Kersten entraba y salía de todos sitios sin control ninguno, se reunía con Himmler durante largas horas y nadie sabía exactamente qué trataba con él… eso ponía muy nervioso a Heydrich que puso su punto de mira fijo en Kersten. Incluso estuvo a punto de detenerlo y enviarlo a un campo de concentración en un encuentro cara a cara con él. Kersten se salvó por los pelos, cuando una llamada de Himmler al despacho de Heydrich le espetó: ¿Qué está pasando con mi médico?… quiero que se reuna conmigo, necesito inmediatamente de sus servicios.

Kersten estaba en la cuerda floja. Inmerso en un juego peligroso en el que sus cartas se basaban en la amistad con Himmler y la capacidad de aliviar sus dolores. Haydrich intentó en numerosas ocasiones arrestar a Kersten, pero el finlandés tuvo suerte y el miedo a las represalias de Himmler al verse privado de su médico le salvaron en todas ellas.

Mientras tanto, los cañones seguían tronando y la guerra se recrudecía. Los victoriosos inicios de Alemania se veían complicados con el paso del tiempo y Himmler se movía de un lado a otro.

El 22 de junio de 1941, la guerra va a dar un giro decisivo. Hitler pone en marcha la operación Barbarroja y con ella el frente oriental se convierte en protagonista del conflicto: comienza la invasión de Rusia y Himmler dispone un tren personal blindado que le permite trasladarse y supervisar las tropas y el estado del frente… por supuesto, Heinrich Himmler se lleva a Kersten en esos viajes.

Durante los largos viajes en tren, Kersten continúa salvando vidas. Cada sesión que pasa con Himmler termina con el ya habitual intercambio de prisioneros. Es más, alentado por la intimidad y su creciente amistad con Himmler, el médico se arriesga y comienza a pedirle que libere a más gente, familias enteras de polacos, suecos, rumanos, holandeses…

Incluso se atreve en una ocasión a pedirle que deje libre a unos amigos judíos, pero es demasiado: Himmler se niega y Kersten ve que ese es un tema controvertido y peligroso. En aquella sesión a bordo del tren blindado de Himmler, Kersten le preguntó si era cierto que estaban exterminando a los judios… El Reichsführer agrió su cara y seriamente le contestó: «Sí, es cierto… pero eso no es asunto suyo. No vuelva a preguntar por los judios».

La respuesta tajante de Himmler deja las cosas claras a Kersten que, por algunos meses olvida el asunto de los judios, y continua la negociación de otros prisioneros menos conflictivos para el cabeza de las SS. Con el tiempo, esa práctica se ha convertido ya en una costumbre y después de cada sesión, Kersten le pide a Himmler que libere a algunas personas de su cautiverio en los campos de concentración nazis.

Nuestros dos protagonistas continuan sus viajes pero la guerra comienza a desviarse de sus planes. Churchill se hace con las primeras victorias, los rusos convierten Stalingrado en un infierno y Estados Unidos entra en la guerra… las perspectivas de Alemania se van tornando cada vez más sombrías con el paso de los meses.

Himmler cada vez tiene más dudas y a estas alturas de conflicto, Kersten ya se ha convertido en un confidente y un amigo al que le consulta y le confía muchos secretos. El finlandés ve en estos momentos finales de la guerra una oportunidad única para salvar vidas y poco a poco convence a Himmler que la única manera de ser tratado con justicia después de la guerra es ceder.

Desde Estados Unidos y Rusia las consignas son claras: El tiempo de una paz con Alemania ya ha pasado y ahora tan sólo queda la rendición total y la captura y ajusticiamiento de los altos mandos nazis… las dudas de Himmler se incrementan y el temor a ser ahorcado comienza a rondar la cabeza del gran responsable de las SS y el exterminio en los campos de concentración.

Kersten ve el momento propicio y lo arriesga todo.

Se ata la manta a la cabeza y le propone a Himmler que libere a judios en masa. Kersten alega que ese gesto de buena voluntad le haría ganar muchos puntos una vez terminada la guerra. Decantarse abiertamente en favor de una liberación de los campos es una apuesta elevada que le puede costar caro. Sin embargo, Himmler contesta que, aunque eso es imposible, sí estaría dispuesto a dejar libres a un número razonable de judios.

El médico finlandés estuvo semanas de negociación privada con Himmler hasta que consiguió que las SS, por orden expresa del Reichsführer, trasladaran dos trenes completos destinados a los campos de exterminio… 2.700 personas son desviados de su camino hacia la muerte hacia la salvación en la frontera Suiza.

Aquella liberación supuso todo un acicate para Kersten. Se había roto el embargo, se había quebrado el hielo y por primera vez, Himmler había accedido a liberar judios. Un hecho sin precedentes que para Felix Kersten era tan sólo un principio… si se había logrado una vez, ¿por qué no intentarlo de nuevo?

La guerra está dando sus últimos coletazos y Himmler se encuentra en una situación comprometida. Kersten comienza una nueva ofensiva y le envía cartas explicándole que por su propio interés le conviene dar muestras de clemencia visibles ante el enemigo, justo ahora que los americanos y los rusos se encuentran al borde de las fronteras alemanas.

Kersten estaba crecido. Su idea ahora era ir aún más lejos, pero para conseguirlo necesitaba colaboración internacional… para ello contacta con antiguos amigos en las embajadas diplomáticas suecas y llega al Ministro de Asuntos Exteriores de Suecia… Su plan es liberar a miles de judios de los campos de exterminio, un plan impensable hace tan sólo unos meses.

Tras varias semanas de negociación y planificación, Kersten organiza algo increíble… uno de los encuentros más asombrosos, secretos y olvidados de toda la segunda guerra mundial.

El 19 de abril de 1945, un Junker de la flotilla personal de Heinrich Himmler, despega desde Suecia con destino a Berlín. En él viajan dos personajes impensables: Felix Kersten, nuestro intrépido médico masajista finlandés y Norbert Masur, un judio alemán exiliado en Suecia, miembro del Congreso Mundial Judio.

Su viaje está aprobado por las mismísimas SS y vuelan para reunirse en secreto con Heinrich Himmler. Uno de los pasajes más olvidados y alucinantes de toda la confrontación… el temible ejecutor de los campos de exterminio, el Reichsführer de las SS, se verá las caras con un representante de los judios para negociar una liberación masiva, a propuesta de su médico terapeuta, Felix Kersten.

Afuera, en Alemania, el caos se ha apoderado del país… los rusos rompen a sangre y fuego las fronteras y los frentes nazis caen como castillos de naipes mientras el Führer se atrinchera en su bunker. Las defensas alemanas caen día a día bajo el fuego de mortero ruso.

20 de abril de 1945. La situación para Himmler era surrealista. Por la mañana había asistido a lo que sería el último cumpleaños de Adolf Hitler… por la tarde se iba a reunir en secreto con un representante de los judios.

El encuentro se realizaría en la propia casa de Kersten a las afueras de Berlín. Tras la reunión matutina de Himmler con Hitler en la ciudad, nadie podía saber a ciencia cierta qué ocurriría en aquel cara a cara con Masur y Kersten.

Himmler llega tarde y la noche casi ha cubierto de oscuridad la hacienda de Harstwhal propiedad del finlandés. Además, la reunión no empieza con buen pie… nada más iniciarse, el Reichsführer realiza todo un alegato contra los judios culpándolos del comienzo de la guerra. El ambiente no puede estar más tenso. Masur no pronuncia ni una palabra y Himmler alza sus recriminaciones. La negociación acaba de comenzar y ya está en serio peligro.

Es entonces cuando vuelve a entrar en escena Kersten. Tranquiliza a Himmler e intenta apaciguar la situación… lo que se hizo en el pasado no se puede cambiar, centrémonos en lo que podemos hacer ahora. Los aliados están a punto de entrar en Berlín y no andamos sobrados de tiempo.

Kersten presenta un documento redactado por él mismo que incluye la orden de que se muestren banderas blancas en los campos de concentración cuando entren los aliados y obliga a Himmler a no hacer volar los campos con los prisioneros dentro.

Tras dos horas de negociación, Himmler incluso firma la orden por la que se compromete a que no será ejecutado ni un judío más y con la que la Cruz Roja podrá evacuar prisioneros de los campos utilizando autobuses blancos… los autobuses blancos que salvarían la vida a miles de personas.

Cuando la reunión termina, Norbert Masur regresa por donde ha llegado y Kersten se acerca a despedirse de su paciente… Himmler, en ese momento, le dice al médico:

«¿Sabe, Kersten?… unos cuantos miles de prisioneros más o menos no tienen tanta importancia. Dígale a Brandt (secretario personal de Himmler) que aumente el número de liberados… Que se lleven a todos los que puedan transportar…»

La guerra estaba asistiendo a sus últimos días. Las tropelías, asesinatos y ejecuciones en los campos de concentración y exterminio de los nazis vivían ahora sus peores y más tensos momentos… no tenían ni un segundo que perder.

Se estima que más de 60.000 personas salvaron su vida gracias a la arriesgada actuación durante toda la guerra de nuestro protagonista de hoy, Felix Kersten. Un médico que comenzó cambiando su sueldo por la vida de algunos prisioneros y que terminó dando la libertad a docenas de miles de ellos.

Aun así, al finalizar la guerra su situación era muy comprometida. Había pasado toda la guerra viajando de aquí para allá junto a Heinrich Himmler y muchos creen ahora que era uno de ellos. Incluso desde la propia Suecia, con la que había colaborado en los autobuses blancos, se oyen voces en su contra acusándole de pertenencia al régimen nazi…

Los momentos posteriores a la guerra son muy tensos para Kersten. Nadie sale en su defensa e incluso aquellos con los que colaboró secretamente para salvar vidas muestran sus dudas de que no fuera en realidad otro nazi más.

Además durante la guerra, la propia Suecia había colaborado en algunos momentos puntuales con el Tercer Reich y no estaba muy dispuesta a abrir expedientes que pudieran comprometerla… expedientes que, por otro lado, podrían haber salvado el buen nombre de Kersten en esos años.

Para complicar aún más las cosas, Kersten hizo todo lo que pudo para interceder en favor de Himmler y su secretario personal Brandt como contrapartida a lo que el nazi se comprometió a firmar en aquel documento de liberación de prisioneros.

No tuvo mucho éxito puesto que Himmler se suicidó con cianuro ante la proximidad a ser ejecutado y sabiéndose perseguido por los propios nazis al enterarse de aquellas negociaciones, mientras que Brandt terminó siendo ahorcado tras ser juzgado y encontrado responsable de crímenes contra la Humanidad.

Vista su complicada situación, el futuro de Felix Kersten no parecía muy prometedor, cuando en 1949 se inició una comisión de investigación sobre su caso. Por suerte para nuestro irreductible Kersten, aquella extensa investigación no sólo limpió su nombre sino que terminó por reconocer sus méritos en favor de la Humanidad.

Suecia le condecoró y le otorgó la nacionalidad alabando su valentía y su coraje durante toda la guerra. Un arrojo que consiguió librar de una muerte segura a miles de prisioneros de los campos de exterminio.

No obstante, el nombre de Felix Kersten es todavía hoy desconocido para la mayoría de la sociedad. Su figura, como tantas otras, ha permanecido olvidada durante décadas e incluso, a día de hoy, su nombre aún no aparece en el Paseo de los justos a pesar de que más de 20.000 personalidades de 40 paises han sido declaradas «Justas entre las Naciones».

Si nos atenemos a su lema «Quien salva una vida, salva el Universo entero», el nombre Felix Kersten se ha ganado sobradamente aparecer como justo entre los justos en ese célebre paseo de Jerusalen.

Como recomendación adicional a este artículo os propongo la lectura de algunos libros (Klerk en Beul, en archive.org y en dominio público, Yo fui confidente de Himmler, diario del propio Kersten y El último de los justos, escrito por su hijo Arno Kersten y Emmanuel Amara) y un documental: El médico de Satán del canal Historia. Además de un interesante documento (Felix Kersten, a man of influence, PDF). Para darle un repaso a los Protagonistas: Felix Kersten, Heinrich Himmler, Rudolf Brandt, Heydrich, Prinz Albrecht Strasse 8, La influencia de Kersten, grupo en Facebook.



Por Irreductible, publicado el 30 junio, 2011
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