El feminismo: una lucha inacabada

Por Irreductible, el 8 marzo, 2011. Categoría(s): historia • politica

“La mujer nace libre y permanece igual al hombre en derechos”(Olimpia de Gouges, 1792)

El día 8 de marzo celebramos en todo el mundo el Día Internacional de la Mujer. Aunque han pasado ya más de dos siglos desde que Olimpia de Gouges redactara los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana, sus palabras siguen estando de plena actualidad. En una reciente nota de prensa, Manos Unidas denunciaba que dos terceras partes de los adultos analfabetos son mujeres. También lo son el 70% de los pobres.

La violencia de género mancha de sangre nuestras sobremesas y el acceso al mundo laboral no es todavía igualitario.

No hay duda de que la situación de la mujer sigue siendo una de las problemáticas sociales más importantes de nuestro tiempo. Sin embargo, y pese al largo camino que aún queda por recorrer, estas fechas también deben ser momento para recordar a ese valiente puñado de pioneras que se atrevieron, casi siempre en soledad, a cuestionar las estructuras impuestas desde una sociedad machista, enfrentándose a la indiferencia, la burla, la incomprensión y el desprecio de sus coetáneos.

La lucha por los Derechos de la Mujer se remonta al inicio mismo de la contemporaneidad. En 1789, la Revolución Francesa, que derribó las estructuras del Antiguo Régimen, promulgó los Derechos del Hombre y convirtió al súbdito en ciudadano, se olvidó de conceder derechos políticos a la mitad de su población. Desde el principio, las mujeres quedaron excluidas de la ciudadanía y siguieron bajo la dependencia de padres y maridos: poco había cambiado para ellas.

En este contexto, Olimpia de Gouges publica en Francia sus “Derechos de la Mujer y de la Ciudadana”; y Mary Wollstonecraft, en Inglaterra, la “Vindicación de los Derechos de la Mujer”. Fueron las primeras piedras del lento edificio de la igualdad.

Mientras esto ocurría en política, la Revolución Industrial alumbraba el nacimiento de la economía capitalista contemporánea. La primera sociedad industrial, tiempo de barrios negros y miseria obrera, obligó a muchas mujeres humildes a salir de sus casas para incorporarse al trabajo en las fábricas. No fue un camino fácil. El sueldo femenino era más bajo y los hombres miraban con recelo a quienes veían, ante todo, como una amenaza para su estabilidad laboral. Las violaciones eran frecuentes y los sindicatos no permitían la entrada a mujeres.

Pese a todo, se había dado un paso importante: la mujer se integraba en la cadena productiva capitalista. Ya nada podría pararla. A mediados del siglo XIX, Flora Tristán predicaba el socialismo y la igualdad en las fábricas y, poco después, Emma Paterson creaba una liga de sindicatos de mujeres. Estaba naciendo el movimiento feminista.

La primera oleada de este movimiento tuvo su carta fundacional en la declaración estadounidense de Seneca Falls (1848) y se centró en la consecución de los derechos políticos y el voto femenino. Fue una lucha enconada, revolucionaria, protagonizada por mujeres de la burguesía media que reclamaban la participación activa en la sociedad de su tiempo. Entre mítines, periódicos, manifestaciones y cárceles, la batalla de las sufragistas tuvo su primer éxito en 1869: en el Estado de Wyoming, y por primera vez en el mundo (salvo algunos precedentes menores), la mujer blanca pudo ejercer su derecho al voto. Desde entonces, los progresos fueron constantes y el sufragio femenino se fue extendiendo, lentamente, por Europa y América.

Entretanto, el mundo cambiaba a un ritmo frenético. El ferrocarril, el automóvil y el avión revolucionaban las comunicaciones. La luz eléctrica prolongó la jornada de trabajo y dio un gran impulso a la vida nocturna. Nacía la sociedad de consumo de masas y, con ella, el desarrollo de las grandes superficies, el cine y todo el sector terciario. De manera inmediata, este nuevo capitalismo comenzó a demandar oficios que se tenían por específicamente femeninos: cajeras, secretarias, mecanógrafas y azafatas. Y, entonces, llegó la guerra.

La Primera Guerra Mundial (1914-1918) provocó un impacto sin precedentes en la historia de la emancipación femenina. Su poder destructivo fue tal que dos generaciones de europeos dejaron la vida en las trincheras de Francia. Todos los hombres en edad de trabajar fueron llamados a filas. Las fábricas se quedaron sin nadie y la producción cesó cuando más necesitaba la sociedad a su industria. La situación era tan desesperada que se adoptó una solución revolucionaria: la incorporación masiva de la mujer a todos los ámbitos del mundo laboral.

Fue la necesidad la que hizo ver a Europa que las mujeres podían desempeñar, tan bien como los hombres, cualquier tipo de trabajo. Surgieron las guarderías y la moda experimentó el mayor cambio de su historia: las faldas más cortas y el pelo a lo garçon, en principio tan necesarios para poder trabajar más cómodamente, se convertirían después en alta costura de la mano de Coco Chanel.

El fin del conflicto trajo campañas orientadas a que las mujeres regresaran a sus tareas domésticas; pero algo había cambiado. El mundo anterior a 1914 había desaparecido y, con él, toda una forma de entender las relaciones laborales. La presencia de la mujer en todos los ámbitos del trabajo seguiría su camino, lento pero seguro, durante la primera mitad del siglo XX.

La segunda gran ola del feminismo contemporáneo se inició con la publicación de El segundo sexo, de Simone de Beauvoir, en 1949. Aunque, a mediados de siglo, los derechos políticos eran ya una realidad en la mayoría de países occidentales, la igualdad efectiva estaba aún muy lejos de conseguirse. En el contexto de la revolución social de los años 60, la mujer tomó conciencia de que seguía estando subordinada, de que sus derechos sociales no se habían reconocido, de que seguía siendo, en definitiva, el segundo sexo. Comenzaba así un vasto movimiento internacional por la liberación de la mujer, con toda la fuerza de una juventud contestataria y utópica que buscaba la playa bajo los adoquines de todo el mundo, desde San Francisco hasta Praga. En La mística de la feminidad, Betty Friedan denunciaba la insatisfacción vital, íntima, amarga, de millones de mujeres confinadas en las cuatro paredes de su casa. En medio del desprecio y la indiferencia, los estudios sobre la mujer entraban en la Universidad y Kate Millet pudo denunciar la opresión sistemática del sistema patriarcal existente en su Política sexual de 1970.

Con la consigna “lo privado es político”, las mujeres de los 70 se lanzaron a la búsqueda de su propia identidad, protagonizando una auténtica revolución social que subvertía las nociones de género aceptadas hasta entonces. Fueron ellas, al convertir lo privado en político, las primeras en denunciar su subordinación al hombre en el matrimonio y en el trabajo, en crear centros de planificación familiar y casas de refugio para mujeres maltratadas, en reivindicar la igualdad real en todos los ámbitos de la vida. Alcanzaron un éxito arrollador. Muchas de sus propuestas, inicialmente revolucionarias, han sido acogidas por los gobiernos y hoy día son una realidad que va más allá de cualquier ideología de género.

A partir de finales de los 80, el mundo entraba en una nueva etapa. La caída del Muro de Berlín y el “fin de las ideologías” preludiaban la tercera ola del feminismo contemporáneo, caracterizada por las políticas de igualdad y la asunción de sus propuestas desde las más altas instancias. Así, en la Conferencia Mundial de la Mujer en Beijing, auspiciada por la ONU, los Derechos de la Mujer se enmarcaron dentro del contexto general de los Derechos Humanos. La mayoría de los gobiernos han puesto en marcha medidas contra el maltrato y la discriminación; la igualdad se ha convertido en una demanda global.

El feminismo del siglo XXI tiene ante sí el estimulante reto de la diversidad. La existencia de una única manera de ser mujer es impensable en la sociedad de la información y del conocimiento. Cientos de corrientes, de todos los signos políticos y religiosos, reivindican el derecho a su propio pensamiento. Las mujeres de Asia, África y América niegan que el modelo occidental del feminismo sea el único válido y encuentran nuevas señas de identidad en sus propias sociedades. Queda mucho por hacer. Hay mil formas de ser mujer, pero un mismo camino por delante.

Este artículo me lo envía un lector de la Aldea Irreductible, Vicente Cendrero Almodóvar, Historia por la Universidad de Castilla-la Mancha, que en esta fecha ha querido añadir su aportación al día internacional de la mujer.

Más información y fuentes:

-NASH, M: «Las mujeres en el mundo contemporáneo».

-NÚÑEZ FLORENCIO, R.: Sociedad y política en el siglo XX. Viejos y nuevos movimientos sociales. Madrid, Síntesis, 1993.

– ANDERSON, B.S.; ZINSSER, J.P.: Historia de las mujeres. Una historia propia. Barcelona, Crítica, 1991.

– BOURDIEU, P.: La dominación masculina



Por Irreductible, publicado el 8 marzo, 2011
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