Lo que usted decida, padre…

Por Irreductible, el 11 octubre, 2008. Categoría(s): articulo opinion • Austrias • curiosidades de la historia • historia de españa

Se quejaba Felipe II de su mala suerte con sus herederos… «Dios que me ha dado tantos Reinos, me ha negado un hijo para gobernarlos», se lamentaba amargamente. Siempre hubo alguna voz que, pasando por alto las trastadas que le hizo el infante Carlos, le recordaba que su hijo Felipe estaría allí, para continuar la labor… A estas frases de aliento, el Rey contestaba: «Me temo que le han de gobernar«… y podía haberse ganado la vida como vidente con sólo esta frase, puesto que en el siguiente reinado, surgió una figura casi desconocida pero que a partir de entonces se iba a hacer muy popular: El valido.

Felipe III representa el comienzo del declive austria. El esplendor y la grandiosidad del imperio representados por Carlos I y Felipe II, no tienen una digna continuidad en el nuevo Rey.

No me atrevo a decir que fuera un buen o mal Rey. Si algo se puede afirmar con algo de certeza es que no fue Rey… Nunca tuvo convicción, ni ganas, ni interés en serlo… En la wikipedia dejan su apelativo: «El Piadoso». Yo lo llamo «El Desganao…»

Algunas crónicas de la época lo describen como «delgado y débil, de complexión delicada. Es tan sumiso a su padre que nunca le desobedece, no hace nada sin su permiso. El rey le lleva a todas partes que va, pero nunca le informa de los asuntos de Estado». También se conservan las aseveraciones de un embajador veneciano que decía:

«Su alteza es de un carácter apacible. Tiene sentimientos generosos y conformes a los de su padre, a quien intenta imitar, no sólo en sus acciones, sino también en sus palabras. Le gusta mucho el ejercicio de la caza, y se muestra muy sumiso y obediente a su padre: esto quizá se deba a la bondad de su naturaleza, a la educación que ha recibido, o a los consejos que le han dado de intentar no parecerse a su hermano, el príncipe Carlos. Asiste todos los días al Consejo de Estado, donde permanece una hora, aunque no demuestra gran interés».

Felipe no mostraba interés por las razones de Estado a las que su padre había dedicado su vida. Es lo que hoy podríamos llamar en términos psicológicos una persona «abúlica». Felipe III mostraba una total apatía por casi todo lo que concernía a España y sus quehaceres políticos.

VAMOS A CASAR AL NIÑO…

Incluso a la hora de sus asuntos personales, Felipe III se descubrió como el culmen de la indecisión y desgana.

Cómo a todo buen príncipe de la época, a Felipe III le llegó (más pronto que tarde) la hora de casarse. No obstante, en esta ocasión, el joven infante tuvo bastante suerte… pudo elegir.

En el Podcast de la Aldea he dejado varios capítulos sobre Matrimonios y la Razón de Estado en esta época, tanto en los Austrias como en los Tudor, asi que ya podemos hacernos una idea de cómo eran los casamientos en estos años.

Sin embargo, en el caso de nuestro «desganao» hubo una particularidad: Su padre Felipe II, estaba interesado en emparentar a su retoño con la familia del Archiduque Carlos que, al fallecer, había dejado una desconsolada viuda y quince hijos… Entre ellos cuatro hijas.

Estas cuatro pretendientes se llamaban: Catalina, Gregoria, Leonor y Margarita.

Pero… pero… de ellas, se descarta a Leonor por su mala salud (un hecho que después de leer el post completo encontraréis realmente irónico, puesto que sobrevivió al resto de sus hermanas)

En fin… al conocer este interés por casar a las niñas, se apresuraron pronto a contratar un pintor para que hiciera el retrato de las tres por separado y se envíen los cuadros a Madrid. Para poder identificar a las princesas, a modo de joya, se coloca en el cabello de cada una la inicial de su nombre: una C para Catalina, una G para Gregoria y una M para Margarita.

Cuando los cuadros llegan a Madrid, Felipe II muestra a su hijo las posibles pretendientes y haciendo un gesto revolucionariamente moderno, le deja que elija…

—Hijo mío, contemplad a vuestras primas y escoged a la que más os agrade. ¡Que el Señor guíe vuestro impulso!

—De ningún modo he de consentirlo, padre. Dejo el asunto en manos de vuestra majestad.

—Hijo, yo lo estimo, y con todo estimaré más lo que decidáis vos, puesto que ha de ser la compañera de vuestros cuidados y con quien os desahoguéis de ellos. Y como no quiero que os cueste el sonrojo de explicarme ahora la que elegís, llevaos los cuadros a vuestro cuarto, los reconocéis despacio, y el que más os agrade me lo remitís por medio de un gentilhombre, y en sabiendo vuestro gusto os lo restituiré.

—Yo, padre no tengo más elección que el gusto de vuestra majestad, quien se ha de servir de elegir, estando cierto que la que vos escogiereis, ésa me parecerá la más hermosa, y sin esta circunstancia no me parecerá la más perfecta.

No se puede imaginar conversación más absurda y que demuestre más a las claras la poca voluntad y personalidad del príncipe heredero.

Ante la indecisión del niño, en la Corte termina decidiendose un nuevo método de elección: Colocar los cuadros de cara a la pared y echar a suertes la elección. Así se hizo y quedó vencedora la princesa cuya inicial era M, es decir, Margarita…

Pero a Felipe II no le pareció serio el procedimiento y no quiso aceptar lo dictaminado por la suerte, y así determinó que fuese la mayor de las tres princesas la elegida para el casorio: se preparó todo y se envió un correo a la Corte de Gratz pidiéndo la mano de la princesa Catalina.

Y aquí vuelve la ironía, porque ese correo se cruza con otro correo camino de Madrid, para informar que la princesa Catalina había muerto pocos días antes presa de un catarro.

Asi que, se vuelve al punto de inicio. En esta ocasión y ante la obstinada indecisión del futuro Felipe III, su padre elige como esposa a Gregoria. Y aquí, la ironía se convierte en puro y duro cachondeo, porque cuando se dispone a salir el correo anunciando esta decisión, llega otro desde Gratz, anunciando la muerte de Gregoria, esta vez de unas fiebres…

Y ooootra vez, Felipe III sin novia, aunque en esta ocasión, la elección es clara ya que tan sólo queda Margarita, que con tan sólo 14 años recibe la noticia entre lloros y pataleos, y que carambolas del destino, había sido la primera elegida con el método de los cuadros contra la pared…

Dos años duraron todos estos «tejemanejes» reales para la boda de Felipe III, que en ningún momento dijo una palabra salvo la consabida frase: «Lo que usted decida, Padre«