Cómo ganar un Nobel encontrando «caca de paloma»

Por Irreductible, el 4 julio, 2008. Categoría(s): astronomia • ciencia • curiosidades de la historia


Continúo con la Serie de «Curiosidades de la Historia de la Ciencia» que empecé con la Paleontología y los Principia de Newton.

Hoy le toca el turno a una historia de casualidades, descubrimientos involuntarios e injusticias de la vida…

Antes de comenzar, vamos a retroceder algunos años… a la década de los felices años 20, del siglo pasado, para encontrarnos con el primero que pensó en la idea de que el Universo podría haberse formado a partir de una Gran Explosión… Curiosamente, fue un sacerdote y astrónomo belga llamado Georges Lemaitre, quien sugirió esa idea, vacilante en un principio y que fue ganando terreno con el tiempo…

En la década de los 40, la idea de un Big Bang ya se había extendido y sólo faltaba encontrar las pruebas definitivas para su confirmación… Georges Gamow era un astrónomo de origen ruso, que, partiendo de la premisa de la Gran Explosión, afirmaba que si si mirabas a suficiente profundidad en el espacio, encontrarías restos de la radiación cósmica de fondo dejada por la Gran Explosión. Gamow calculaba que la radiación, después de haber recorrido la inmensidad del cosmos, llegaría a la Tierra en forma de microondas.

Cuando intento explicar esta idea a alguien (cómo yo) que no está muy familiarizado con la astrofísica, le pongo el ejemplo (más ilustrativo que preciso) de un petardo, un petardo muy gordo… Después de la explosión, después de ese «Puummm», te quedan restos aún resonando en los oidos, cómo un pitido… Esa sería la idea del Fondo Cósmico de Microondas.

Nos trasladamos ahora al año 1965.

Os presento a dos jóvenes radio-astrónomos, llamados Arno Penzias y Robert Wilson, que estaban intentando utilizar una gran antena de comunicaciones propiedad de Laboratorios Bell de Holmdel (Nueva Jersey), para sus trabajos experimentales.

Sin embargo, tenían un problema: Tenían, en la recepción de la señal, un silbido constante y agobiante, que no les permitía realizar sus mediciones. Era un sonido continuo y difuso.

Durante todo un año, hicieron todo lo que estuvo en sus manos para librarse de aquel ruido.

Desmontaron cables, comprobaron todos los circuitos, armaron y desarmaron los componentes de la antena y recubrieron con cinta aislante todos los remaches y enchufes del sistema.

Nada… el ruido continuaba y finalmente, concluyeron que era causado por «excrementos de paloma»… Por tanto, subieron al tejado con escobillas y material de limpieza, y pasaron varios días limpiando cuidadosamente toda la antena.

Aunque ellos no lo sabían, a tan sólo 50 kilómetros de allí, en la Universidad de Princeton, había un grupo de científicos, dirigidos por Robert Dicke, dedicados exclusivamente a la búsqueda de «aquel ruido» del que Penzias y Wilson estaban deseando deshacerse…

Cansados y sin saber que hacer, telefonearon a Princeton y hablaron con Dicke explicándole sus problemas con aquel «dichoso silbido»… Dicke, se llevó las manos a la cabeza, al encontrar por fin los restos del Big Bang…

Poco después, la revista Astrophysical Journal publicó dos artículos: uno de Penzias y Wilson, en el que describían su experiencia con el silbido, el otro del equipo de Dicke, explicando la naturaleza del mismo.

Aunque Penzias y Wilson no buscaban la radiación cósmica de fondo, no sabían lo que era cuando la encontraron y no habían descrito ni interpretado su naturaleza en ningún artículo, recibieron el Premio Nobel de Física en 1978.

Los investigadores de Princeton sólo consiguieron unas palmaditas en la espalda…

Según Dennis Overbye en Corazones solitarios en el cosmos, ni Penzias ni Wilson entendieron nada de lo que significaba su descubrimiento hasta que leyeron sobre el asunto en el New York Times.

Aún hoy, aproximadamente un 5% de las «interferencias» y «moscas» que podemos ver en un canal de televisión sin sintonizar, son los restos del Big Bang… El fondo cósmico de microondas.